viernes, 25 de julio de 2008

Despedidas de soltera

No he ido nada más que a una despedida de soltera, por suerte o por desgracia. Fue hace siete u ocho años y fue clásica: cena en un restaurante erótico, estriptis, regalos con transparencias y encajes y pene de peluche vestido de novia.
Me reí, me emborraché y sobreviví a la noche.
Y la novia, aunque parezca mentira, también.
Desde entonces he vivido feliz en el limbo de las no-despedidas de soltera. Qué alegría. Clásicas o no, a mí, las despedidas de soltera no terminan de gustar. Quizás porque soy algo seta. Quizás porque no me gusta divertirme por obligación. Quizás porque no soy de las que sonríen, bailan y se colocan diademas de conejito playboy por quedar bien con las amigas.
A las mías se lo tengo dicho: nada de vestirme de fulana y llevarme a quemar la noche. Si alguna vez me despido de la soltería, espero que no salga ninguna con ganas de verme metiéndole billetes de 20 euros en un tanga a un boys.
En esta sociedad que vivimos hay mil opciones para este tipo de eventos: paintball, karaoke, simulaciones de noches de fantasmas, investigaciones policiacas o fin de semana intenso en casa rural. Hay una nueva modalidad, hace poco me invitaron a una: despedida de solteros conjunta, es decir, mixta, con los amigos del novio, de la novia, de los novios, de las novias, todos juntos. Un día de estos os la cuento.
Sea como sea, a mi alrededor, veo que las despedidas siguen incluyendo desmadre, pasta gansa y muchas veces diversión por obligación. No es para tanto, digo yo, si los novios van a casarse, no a despedirse para siempre.

jueves, 24 de julio de 2008

He vuelto al infierno del puente aéreo

Debido a mi ascenso, voy a ir más a Barcelona. Prácticamente todas las semanas.
Barcelona me gusta. De hecho, ya he tenido que caer por allí unas cuantas veces recientemente y siempre me recibe con sol, con reflejos de mar, con algún restaurante apetecible que no conozco.
Pero he vuelto al infierno del puente aéreo.
Recuerdo que cuando lo usé las primeras veces, me parecía un invento fenomenal. 50 minutos de vuelo con más frecuencia que el autobus de línea Las Matas-Madrid.
Pero en seguida me di cuenta que era un espejismo. El puente aéreo nunca sale a la hora que debe, siempre lleva retraso, cuanta más prisa llevas tú, más problemas surgen. Y además, tratan a los pasajeros como a bultos.
El aeropuerto en sí mismo ya se ha convertido en una experiencia traumática: la T4 está más lejos todavía que el resto de terminales del aeropuerto de Barajas, te metes un madrugón, vas corriendo, los pasillos son interminables, no facturas para ir más rápido, así que acarreas la maleta como una mula. Ay de ti como te hayas olvidado de que el neceser hay que facturarlo. Tendrás que desmontar el tetris que es tu maleta en busca de las pinzas o de la lima, objetos de lo más peligrosos en manos de una mujer.
En el arco de seguridad tienes prácticamente que desnudarte y si llevas ordenador, despídete, no tendrás manos para cargar con las dos bandejas en las que has depositado el bolso, la chaqueta, la mochila del ordenador, el ordenador, el cinturón, el reloj, los móviles, las monedillas que llevas en el bolsillo izquierdo, y con algo de suerte los zapatos. Yo siempre pito. Siempre. Cualquier día tendré que pasar el sujetador por el arco, los aros pitan también.
Después de esta maratón, sudada y cansada aunque sean las 5 y media de la mañana, siéntate y espera, porque tu avión saldrá por lo menos media hora tarde. Quizás podrías tomar un café, pero no hay nada abierto a esa hora. Paradójicamente el Zara de la T4 abre antes que las cafeterías, podrías comprarte un traje de chaqueta, con la fresca de la mañana, pero lo piensas mejor, no tienes manos para llevar las bolsas.
Cuando por fin llegas a tu sitio en el avión, que siempre va lleno no importa lo temprano que sea, han reasignado los asientos y estás en la última fina, con ese olor al despegar, que marea. No te llega la prensa y es imposible pegarte una cabezada porque en los tres cuartos de hora largos que dura el trayecto las azafatas pasan lo menos tres veces, haciendo bien de ruido.
El aterrizaje en Barcelona es muy bonito, sobre el mar, con la ciudad de fondo, lástima que siempre voy mareada y con dolor de cabeza. Y que como es de noche, no sé ve nada. Bajas a empujones, con mala suerte tienes que ir en el pequeño autobús hasta la terminal -porque puestos, ¿para qué tener la fortuna de que a tu vuelo le toque finger? - y aun no ha amanecido apenas.
Bien, no tienes que recoger la maleta, porque no la facturaste. Un punto para ti. La cola de los taxis es directamente proporcional a la prisa que tienes o la importancia de la reunión de Barcelona, a la que llegas, por supuesto, tarde, y con la sensación de que son ya las cinco de la tarde y tu cuerpo no puede más.
Cuando te sientas en la sala de reuniones respiras: lo malo es que sólo puedes pensar que tendrás que repetir la experiencia, a la inversa, dirección Madrid, a las nueve o diez de la noche, completamente agotada y que el horizonte de tu cama es muy, muy, muy lejano.

miércoles, 23 de julio de 2008

Salir de viaje

Le dejé a mi hermana la maleta grande cuando me la pidió, porque la suya se le había roto y se ha ido una semana a Austria. Ha ido a visitar amigos que viven allí y necesitaba una maleta grande para poder traerse ropa de invierno de su amiga Paula, nuestra vecina de toda la vida, que es música, pianista y la mejor cocinera de roscones de reyes que conozco. No pude decirle que no, se llevó la maleta y yo me quedé con mi maleta de fin de semana y pensé, "bueno, me las arreglaré con un par de bolsitas más". Pero al final he decidido dejar el coche en Madrid y marcharme a Santander en tren. Un poco por descansar, un poco por probar los trenes nuevos de Renfe, otro poco por evitar que me multen otra vez, que llevo una época fina. Por eso, una maleta pequeña y un par de bolsitas es una mala idea.
Ayer me costó un montó hacer la maleta. Porque al norte hay que llevarse de todo: los bikinis, varios, que no se secan como en el sur, los vestidos playeros, y los arreglados, los vaqueros para estar cómoda, la toalla de la playa, los zapatos, las sandalias, el chubasquero por si llueve, unas chaquetitas por si refresca, las zapatillas de deporte por si diluvia, algún que otro fular para el cuello para las noches, que cae la heladita...al final he usado mi maleta pequeña y una mochila enorme. Creo que con eso me podré apañar.
Tengo los dos bultos apilados en la entrada, junto a mi bolso, que pesa un montón porque llevo un pequeño neceser con todo aquello que me parece más o menos necesario, el libro que voy a empezar en cuanto me suba al tren -15 maneras de decir amor, de María Frisa-, un cuaderno nuevo por si quiero escribir, y millones de cosas más.
Siempre me pongo nerviosa cuando salgo de viaje. Como si fuera la primera vez. Y me despierto varias veces la noche anterior. Y amanezco a las ocho de la mañana aunque no tenga que irme a Chamartín hasta pasadas las doce. Por eso me estoy tomando ya el segundo café y aprovechando el rato, porque ya tengo todo preparado y quedan dos horas hasta que salga de casa.

martes, 22 de julio de 2008

Churros y porras madrileños

Me encanta desayunar fuera. Especialmente si me he pegado un madrugón y tengo los ojos pegados. Un café con leche templada en vaso en la barra de un bar a las 7 de la mañana sabe a gloria.
Cuando empecé a desayunar fuera de manera sistemática fue en Madrid, lo hacía de noche en mis años de facultad. Fue entonces cuando descubrí que no hay bar madrileño sin porras ni camarero de la capital sin ganas de endosártelas.
No es que no me gusten los churros. De hecho, una vez al año, bien mojados en chocolate caliente, se agradecen. Os invito a comeros un buen chocolate con churros en el jardín del Hotel Altamira de Santillana del Mar, un sitio encantador.
Pero...¡¡¡churros y porras grasientos flotando en mi café a las 7 de la mañana esté lloviendo, tronando, o a 45 grados en Madrid!!! No, thanks.

domingo, 20 de julio de 2008

Ganas de vacaciones, de mis vacaciones de siempre















Increíble, pero cierto: ESTOY DE VACACIONES.
Todavía no he salido corriendo de Madrid.
El viernes, que fue mi último día en la oficina, fue una locura. No me levanté de la mesa ni una vez, quería dejar todo cerrado como fuese.
El viernes, además, celebró su cumpleaños mi buena amiga Majo, así que después de una siesta olímpica-mi especialidad, sobretodo los viernes- me fui a cenar al Wagaboo, un sitio que me encanta y que os recomiendo. Son locales con una decoración chula, pero muy bien de precio, y una carta de cocina moderna con un poco de todo. A mí me gusta. Vi a gente a la que hacía un montón de tiempo que no veía, charlamos de todo y sobretodo nos reímos, nos reímos muchísimo, a carcajadas, fue genial.
Mi amiga Majo dice que no le gustan los pares, y por eso no estaba del todo contenta, aunque fue su cumplaños "no sé por qué, desde los 22 le tengo manía a los pares". Yo la vi radiante, muy encajada en la vida, muy bien. Me alegró horrores la cena, por un montón de cosas.
La noche del viernes al sábado hizo muchísimo calor en Madrid y el sábado me levanté extraña, medio atontada por el calor, sin haber descansado, con un puntito melancólico. Estuve así todo el día, ni siquiera tuve ganas de acercarme a la piscina y por la noche fue peor...las noches siempre son peores.
Salí a cenar a Brunete ayer noche. Sólo había estado en Brunete una vez antes, pero el pueblo me gusta, tiene encanto. Cenamos en una terraza que estaba llenísima y me divertí, pero estaba un poco ausente, con el mismo toque raro que me persiguió todo el día. Y eso que a la cena vino Manu, que es una de esas personas, que con sólo verla, se te alegra el día. ¿No os ha pasado?. Hay personas que tienen una sonrisa, una forma de andar por la vida que es simplemente verlas y te transmiten buen rollo sin apenas decir nada. Pues eso me pasa a mí con Manu. Me pasó desde la primera vez que le ví.
Aunque llegué a casa más tarde de las dos, me puse a leer, y terminé un libro que llevaba arrastrando el último mes: La Elegancia del Erizo. Jo, me encantó. Bueno, ya me estaba gustando mucho, pero el final es fantástico. Creo que me quedé dormida con la luz encendida.
Los domingos siempre ando de flojera, con el ánimo por los suelos. Los domingos me cuesta mucho disfrutarlos, porque son la antesala incómoda de los lunes. Pero hoy es diferente, porque estoy de vacaciones y aunque mañana es lunes, es un lunes diferente.
Hasta el martes no me voy a Santander, quiero aprovechar el lunes para solucionar cosas pendientes y marcharme el martes.
Mis padres y la niña de mis ojos ya están en mi ciudad natal.
Tengo ganas de ver la playa, de buscar la línea del horizonte en el mar sentada al lado de mi padre, de pasear por la orilla de cháchara con mi madre, de leer sin interrupciones, sin final, hasta cansarme, de tener todo el tiempo del mundo para escribir.
De ver a la enana encima de la tabla de surf con un café con leche en una mano y El Diario Montañés en la otra, desde el chiringuito de Liencres.
De salir a tomar una coca-cola con mi amiga Naiara por el Sardinero, de ir con Paula y Lara a tomar un café por el centro, de tomarme un copazo en el Ventilador con Cristina García.
De andar y desandar las calles conocidas, mis sitios preferidos, los bares de siempre.
De salir de fiesta una noche con mi hermana y sus amigas, que queman la noche y de que me lleven prácticamente a rastras al BNS.
De pasar las horas muertas en el porche de mis padrinos, con mi madre y su comadre -mi madrina-, con sus hijas Silvia y Elsa, poniéndonos al día de todas las novedades acaecidas desde navidades.
De ir a comer a casa de mis tíos, donde tios, primos, hermanos y sobrinos hablamos todos a la vez y nos reímos hasta que nos duele el cuerpo.
De salir de pinchos con mi prima Paola y su novio y amigo de mi adolescencia Oscar, que es siempre el mejor plan posible. De volver a ver mis paisajes preferidos: Arnía, La Magdalena desde el Camello, El Sardinero desde la La Magdalena, Ruiloba, El Faro, La Maruca...tantos rincones.
En definitiva tengo ganas de vacaciones, de mis vacaciones de siempre, con mi gente y con mis cosas.

jueves, 17 de julio de 2008

Niñas y amigas

La niña de mis ojos tenía nueve años cuando dos pequeñas hermanas rubias llegaron al vecindario. Las dos niñas rubias tenían un año menos y un año más que ella y, como es normal a esa edad, en seguida hicieron amistad las tres. Desde entonces han pasado más de tres años y las tres crías se han hecho inseparables. Y han pasado tanto tiempo juntas que a veces, mirándolas, no sabes dónde acaba una y dónde empiezan las otras.
Disfrutan de esa amistad plena que sólo se tiene cuando eres una preadolescente, cuando todavía no hay nada más importante que una amiga, cuando apenas se ha tenido tiempo de conocer las dobleces de las personas, las dos versiones de cada historia, las dos caras de la moneda.
Las dos niñas rubias se van a vivir con su familia a Estados Unidos. Hoy he pasado un momento por su casa a despedirme de ellas. Las tres estaban enredadas en el sofá, viendo una película, disfrutando de la última noche juntas y con ganas de apurarla entera entre charlas, risas y confidencias de niñas.
De cría mi padre viajaba mucho por trabajo y era yo siempre la que me marchaba. Siempre la que me despedía y dejaba amigas en el camino que íbamos recorriendo. No lo recuerdo muy doloroso, pero ahora la perspectiva ha cambiado.
Cuando me he montado en el coche para volver a casa me ha dado por llorar. Será la luna llena. Será la intensidad de la vida.
No sé si os lo he confesado antes, pero el coche es mi sitio preferido para llorar.
Yo no lloro casi nunca.
Siempre me ha fascinado de mí misma la intensidad con la río y me divierto y la dificultad que tengo para llorar. En las múltiples despedidas de mi vida casi nunca he llorado. He pasado años sin derramar una lágrima.
Cuando aceleraba por la M50 camino del Nidito con los ojos hechos agua, me he dado cuenta que hacía muchos meses que no lo hacía. Las dos últimas veces que lo hice inundé una copa de ron y el Palacio de los Deportes.
Al recordarlo, me he sorprendido riéndome sola. La vida cambia tanto y tan vertiginosamente...

Exagerando: ya no puedo másssssssssssssss


















Como me conozco bien, ya sé que estoy exagerando, pero, qué coño, de vez en cuando me gusta exagerar y ponerme de llorona. Sólo muy de vez en cuando.
Hoy siento que no puedo másssssssssssssssssssssss.
Y me siento así después de una semana de estrés mortal, nerviosa por los cambios que me rodean, apurando las jornadas al máximo para poder irme de vacaciones lo más relajada y tranquila posible y sobretodo en las fechas previstas, y dándole mil vueltas a mi cabecita loca por algunos problemas que sé que no puedo solucionar.
Aun sabiendo que la vida es así, y que no la he inventado yo, y teniendo claro que queándome las neuronas de tanto darle vueltas a cosas sin solución, sólo consigo perder el sueño y que se me de vuelta el estómago, lo sigo haciendo.
Estoy en un momento muy feliz de mi vida y todo me sonríe, pero siempre hay algo que falla, como no, y esta época no podía ser menos.
Sólo espero desconectar de mis neuras y paranoias estas vacaciones. Falta me hace.

martes, 15 de julio de 2008

Casi la luna

Una recomendación para este verano, el último libro de Alice Sebold, que llama "Casi la luna". Me ha gustado mucho. Si encima podéis disfrutarlo tirados en el sofá, la playa, la piscina, vamos, de vacaciones, mejor que mejor.
Yo lo leí casi del tirón y eso que no estaba de vacaciones. No leí el anterior, “Desde mi cielo”, pero lo tengo apuntado en pendientes.
Con un comienzo como el siguiente, podréis imaginaros que no es nada tópico, aunque quizás se va poniendo más tópico hacia el final, pero eso no os lo voy a destripar:
“A fin de cuentas, matar a mi madre resultó sencillo”.

lunes, 14 de julio de 2008

La princesa de los radares

Cuando yo era niña mi padre viajaba mucho por motivos laborales. Eran otros tiempos, y se viajaba en coche mucho más que ahora. Los viajes eran interminables, sobre todo con dos niñas pequeñas y sin aire acondicionado. Los recuerdo especialmente largos cuando vivíamos en Murcia y salíamos de madrugada de viaje, para llegar a Santander a pasar las vacaciones con la familia.
Mi padre siempre iba enseñándonos cosas por la carretera, para que estuviésemos entretenidas: mirad niñas, un toro bravo; mirad niñas, una plantación de algodón; mirad niñas, un molino de viento; mirad niñas, un embalse; mirad niñas, la Catedral de Burgos…
Así aprendimos mucho de la geografía española y de la historia y cultura de nuestra tierra. A diferenciar un valle, de una colina y un cabo de una península. Así aprendimos también que mi padre, que entre que iba conduciendo y que debía estar harto de tanto explicarnos cosas diferentes para que nos estuviéramos calladas, a veces se confundía y nos enseñaba un caballo que en realidad era una cabra o confundía un nido con un poste de la luz. Y empezamos a crecer y a poner caras cuando le pasaba.
Mi padre ya no me enseña vacas cuando vamos por la carretera. Ahora me enseña radares móviles y fijos. Porque mi padre no puede creerse que yo, sangre de su sangre, no me entere cuando me echan una foto por la carretera –y ya os he contado que esto sucede muy a menudo-. No entiende que no sea capaz de distinguir un coche de la policía nacional camuflado en una cuneta, ni de imaginarme que la guardia civil me acecha tras una curva.
Pero esa soy yo, la que no ve un radar ni aunque pase por delante todos las mañanas. Por mucho que le duela a mi padre: no me entero. Tengo muchas virtudes en la vida. Conducir despacio o detectar radares no son dos de ellas.
Por si no tenía poco, ayer me bajó mi hombre en coche hasta la capital, para dar un paseo por el Rastro. Yo estaba encantada, porque me gusta muchísimo que me lleve de copiloto, mirando el paisaje, escuchando música y entrecerrando los ojos por el sol.
Cuando más relajada estaba, a la altura de Alcorcón, muy serio, me dijo: “Princesa, mira, ahí hay un radar fijo, ¿lo ves?, esa caja blanca. Fíjate, que pasas por aquí todos los días”. Me quedé con ganas de decirle que a mí, de toda la vida, me gusta más que me enseñen los nidos de cigüeña, y los monumentos de España. Pero al final no se lo dije, para qué, si ya sé que en esta vida lo que me toca es que los hombres me enseñen los radares.

domingo, 13 de julio de 2008

Agobio de fin de semana

El fin de semana no me está dando tiempo a nada.
Tuve cena en casa el viernes. Así que el viernes por la tarde estuve cocinando y preparando todo. Vino a conocer el Nidito mi amiga Lou, que además se trajo a su hermano, que se parece muchísimo a ella, y se llama Santi, me pareció majísimo.
También vino Navarrete y con él, el becario nuevo belga de 21 años que tenemos en el departamento este mes. Un día de estos, os cuento lo del becario, hoy no, que sólo tengo ganas de matarlo.
Por diversas circunstancias la casa quedó absolutamente patas arriba. Ayer pasamos el día recogiendo y limpiando. Se nos ha esropeado la pared de la entrada. Hemos perdido el gotelé. Tendríamos que pintar. Cada vez que paso por la entrada, me dan ganas de llorar.
Me han llegado tres multas más, tres. Las tres de los túneles de Gallardón. 180 euros con la reducción. Al menos no quitan puntos. Son de las de ir a 79 por un sitio que se puede ir a 70. No sé qué voy a hacer. Quizás vaya a trabajar en triciclo a partir de mañana.
Necesito, con urgencia, vacaciones. Vacaciones, vacaciones, vacaciones.

viernes, 11 de julio de 2008

Hoy tengo mal día

Hoy tengo un viernes de mierda.
Me he dormido.
Me he despertado tan desorientada que no sabía dónde estaba.
Y me he olvidado que tenía una reunión a las 10h.
Y en la reunión no he estado nada centrada.
Y me ha caído un chorreo de mi jefa épico.
Después de otro que me echó ayer, que no era de curro, pero resultó casi peor que el de hoy, me dolió mucho más.
Como los rapapolvos son acumulativos, al siguiente no sé qué va a ser de mí. Y mis vacaciones, aparentemente, se van al carajo.




martes, 8 de julio de 2008

En dos palabras

¿No os sucede que habéis estado escribiendo intensamente sobre algo y entonces viene alguien y resume en una frase lo que tú llevabas intentando explicar en dos páginas y no terminabas de pillarle el punto?. ¿Qué en "dos palabras" lo dice todo estupendamente?.
A mí me pasa constantemente, siempre hay un libro, una canción, un medio y, por si faltaba algo más, ahora también un blog, en donde leo aquello que yo hubiera querido decir exactamente de esa manera.
Pues eso me ha pasado hoy. Escribí sobre las bondades de Facebook y hoy leo en e-blog que Leandro Zanoni en su post "E-blog en Facebook" dice: "Es paradójico: Facebook es el futuro pero rebalsa de nostalgia".
Bueno, creo que yo hubiese dicho más bien "rebosa nostalgia", pero rebalsa suena tan bien que no puedo más que brindar por ello, porque lo ha clavado.

domingo, 6 de julio de 2008

Encantada con el Facebook

Me ha costado, pero al final, he acabado por hacerme una cuenta de Facebook. No es que no quisiera, es que me parecía muy poco intuitivo y hasta que logré enterarme de que iba la vaina, ya tenía una treintena de peticiones de amistad. Al principio no me le encontraba el punto a la red porque, bueno, si quiero decirle algo a mis amigos les mando un correo, un sms, o les llamo, pero no necesito dejarles un mensaje en el muro, ni nada similar. O eso creía yo.
Pero poco a poco, me estoy picando. Más que nada, por todos los amigos que tengo fuera de mi entorno, sobre todo del Erasmus, o de mi paso por otras ciudades. Esa gente que es importante para ti, pero que vive lejos y con la que, al final, no se habla muy a menudo porque todos vamos corriendo, todos tenemos prisa, estamos estresados, y cuando empiezas un correo, tienes tantas cosas que contarle a tu amiga Blanca, que es enfermera, y matrona, y vive en Londres, que no sabes ni por donde empezar, y cuando llevas dos párrafos cierras el Outlook y dices, bueno, pues mejor la llamo un día de estos. Pero para poder llamarla, necesitas encontrar algo así como una hora libre, para poder ponerte al día de todo lo que os pasado, porque, joder, hace lo menos un año que no habláis. Y nunca tienes una hora libre seguida para tirártela colgada del teléfono. Así que al final le mandas un sms que dice, “Blanca, tía, que no me olvido de ti, pero es que estoy súper-liada y no me da tiempo a na”. Y te quedas con mal cuerpo porque nunca sabes si el sms le llega al móvil inglés, eso si no te has equivocado y se lo has enviado al fijo, porque joder, con los teléfonos extranjeros es que no te aclaras.
Así que, aunque me parecía una chorrada, ahora entro en el Facebook y veo que Blanca se actualizó hace 6 horas. Y me río pensando que coño hacía la tía conectada a esas horas. Y su mensaje personal dice que está de guardia, y me la imagino en el hospital, de un lado para otro, haciendo reír a los pacientes, con su acento de Murcia y su risa contagiosa. Además, puedo ver que ha actualizado sus fotos, y conocer a su sobrina nueva, y sé, por algunos mensajes que es feliz con su novio David, que la lleva siempre en volandas. Y con diez minutitos dedicados a pasarme por la red, me quedo con la impresión de que ya no hace tanto que no sé de ella. Y si tengo suerte, además, descubro algún amigo común que no tengo agregado y empiezo una nueva historia similar a esta.
El Facebook es un excelente método para encontrar gente a la que habías perdido de vista y para recuperar fotos que creías haber extraviado para siempre. Estoy encantada.

sábado, 5 de julio de 2008

La barbacoa

Ayer hicimos la primera barbacoa en casa, en nuestro espacioso patio, que es lo mejor que tiene el Nidito. Como el tiempo no ha acompañado esta primavera, la barbacoa ha estado tres meses en la caja desde que la compramos, pero ayer, por fin, se hizo protagonista de la velada.
La cosa pintaba un poco rara, porque ninguna de mis amigas íntimas podía venir y esto me deprimió un poco durante todo el día. Casi todos los asistentes eran amigos de él, y yo estaba cansadísima después de toda la semana, que siempre me pone más susceptible.
Tengo que reconocer que yo ya estaba un poco torcida y que la cosa empeoró cuando vi que, no sólo no tendría íntimas a mi lado, si no que contábamos con la presencia de la exnovia ideal, que vino de los primeros, ideal como siempre, delgadísima como siempre y encantadora.
Pero fue cuestión de relajarse y todo fue genial.
La carne y la alegre parrillera argentina: perfecto. No había comido una carne tan buena y bien hecha hace tiempo.
El picapica: parecía mucha comida, pero cayó poco a poco.
La sangría de cava: invento arriesgado pero que triunfó.
Los invitados: aunque muchos no se conocían entre ellos, yo creo que más o menos todo estuvo bien.
La casa después de: bastante bien para como puede uno pensar que va a quedar. Se rompió un vaso, único accidente. Eso si, en el salón, que ensucia más.
Me lo pasé francamente bien, ya estoy con ganas de repetir. Como cada vez que me acuesto tarde, a las 8 y media estaba como un gallo. Hoy no perdono la siesta.

viernes, 4 de julio de 2008

La obra de la M30 la estoy pagando yo

Me ha llegado otra multa.
Iba a 79km/hora por un túnel de los nuevos de la M30 a las 8.42h de la mañana.
96 eurazos.
Al menos, no me quitan puntos esta vez.
Tengo la impresión de que la obra de Gallardón la estoy pagando yo solita.
Señor Gallardón: es muy DIFICIL ir a 70 km por hora en un túnel de 3/4 carriles.
Como truco para no pasarme, desde que entro hasta que salgo en el larguísimo agujero, no meto más que hasta tercera.
El coche atraviesa el túnel llorando cada mañana.
Yo voy agobiada, parece que voy dificultando el tráfico.
Señor Gallardón: es muy DIFICIL mantenerse a 70 km por hora cuando, milagrosamente, no hay atasco, cuando llegas tarde a la oficina, porque te has dormido, porque anoche te quedaste viendo la tele, porque te has enganchado a Californication, que no sé por qué (coño) tienen que ponerla tan tarde.

Batallitas: de guapo subido en Sevilla

Hace unos tres años, cuando llevaba muy poco tiempo en la compañía, plena primavera, organizamos un acto en Sevilla, una conferencia de Antonio Gala en el Hotel Alfonso XIII, que tuvo muchísimo éxito de asistencia y salió perfecto.
Yo llegué a Sevilla un día antes del evento y esa primera noche, salí con un viejo amigo a cenar, a tomar algo. Hacía 5 años que no lo veía y acabamos en un karaoke, bebiendo rones con coca-cola y riendo muchísimo. Esa noche, lo pasé genial, tanto que no dormí. Llegué a mi hotel, Villa de las Palmeras, en un sitio apartado y tranquilo, un hotel pequeñito al que me habían derivado porque estaba lleno el que me había buscado la agencia, me di un duchazo, me calcé el traje y el taconazo y me marché. A las 8 y media de la mañana tenía que estar en el Alfonso XIII para el montaje de la sala.
Pasé el día entre carteles, decoración, elementos multimedia, llamadas de organización, de prensa, de mi jefa. Fue todo muy divertido.
Ya había notado yo que andaba con el guapo subido desde la noche anterior, gracias a mi guapísimo y divertido acompañante y a pesar de que ese día debía tener ojeras y cara de cansancio acumulado, cada hombre con el que me cruce esa tarde, me insinuó que estaba yo muy apetecible. Incluso ligué con un fotógrafo buenorro que me citó después de mi evento en una discoteca de moda.
Una vez terminó la conferencia de Gala, con mis notas en la mano, me fui al Business Centre del hotel a redactar la Nota de Prensa.
Yo llevaba mi cuaderno y un dossier con documentación y tarjetas mías dentro.
El único ordenador que tenía la sala estaba ocupado por un tío moreno, de ojos claros, guapísimo. Mientras esperaba a que él terminase, intercambiamos algunas palabras sobre el evento, sobre porqué estaba yo allí aquella noche, sobre mi trabajo, el suyo, todo muy cordial. Era portugués y estaba en Sevilla por negocios. Intentó tontear conmigo, pero no le seguí mucho el rollo. Después una compañera de la oficina comentaría conmigo lo bien parecido que era. He olvidado su nombre. Se marchó y yo estuve una hora finiquitando aquella jornada tan productiva. Salimos de allí varios compañeros, tomamos una copa y a eso de las cuatro de la mañana volví a mi hotel, completamente rendida. Por supuesto, no fui en busca del fotógrafo guapetón.
Llevaba como 40 horas sin dormir.
Todavía hoy no comprendo como, tras tanto cansancio y subidón, podía seguir manteniendo el guapo subido.
Cuando escuché golpes en la puerta de la habitación estaba tan dormida que pensé que estaba soñando. Los golpes siguieron y atolondrada miré el reloj, eran las cinco y media de la mañana. Cuando quise enterarme de que llamaban a mi puerta, ya no había nadie. Volví a la cama. Entonces sonó el teléfono fijo de la habitación. Era el portugués diciéndome que le abriese, que quería hacer el amor conmigo aquella noche. Insistió tanto, que me dio miedo y pasé el resto de la noche hecha un ovillo, sin moverme, arrugada como una pasa, rezando por que se hubiese marchado. Con los primeros rayos de sol, me di cuenta que se había llevado mi dossier cuando salió de la sala de ordenadores del hotel y que tenía todos mis datos.
A partir de ese momento comenzó a llamarme al móvil compulsivamente porque quería quedar conmigo a toda costa. Yo estaba muerta del susto, creyendo que cualquier día aparecería por mi oficina. Eso nunca sucedió y gracias a una intervención de voz masculina en mi teléfono, dejo de llamarme al cabo de un tiempo.
Lo recuerdo muy lejano, como un mal sueño, porque acabé por estar realmente asustada.
Pero el guapo lo tenía disparado, eso si, no me cabe duda.

miércoles, 2 de julio de 2008

Visita al Decathlón o bajada a los infiernos

La niña de mis ojos se va de campamento. Como es, así, con su personalidad arrolladora, llego un día y dijo que quería irse de campamento con una amiga a León, y después de negociar con mis padres, pues se va.
La acompañé a Decathlón, a comprar un par de cosas que le hacían falta. Fue como visitar el infierno. Recién inauguradas las rebajas, con los niños que ya han terminando el curso y tienen que cubrir sus necesidades para irse de acampada, curso de tenis, campus de fútbol este verano, con el calor, y la cantidad de gente, era imposible encontrar una talla concreta, todo estaba revuelto y la cola en las cajas tenía varios metros.
A mí me dolían los pies, después de todo el día subida en mis tacones, y más me dolía la cabeza, porque llevo un par de semanas con mucho estrés -y lo que te rondaré, morena-, así que las dos horas largas en Decathlón se me hicieron bastante insoportables. Nunca me ha gustado especialmente este gran almacén especializado en deporte, pero es la primera vez que lo he visto tan lleno y tan desordenado.
Iba vestida de oficina, es decir, arreglada, con un vestido muy mono, que le he mangado a mi hermana, así que estaba un poco fuera de lugar y llegué a preguntarme si es que tenía el día de “guapo subido” o es que aquellos padres y musculitos que compraban bañadores y chanclas hacía tiempo que no veían una mujer cerca.
Cuando tengo el “guapo subido” siempre me pasan cosas graciosas.
De hecho, procedo a sentarme concentrada para escribir y poder contaros una batallita que me pasó un famoso día de esos que andaba yo, quién sabe por qué, con el “guapo subido en Sevilla”.

martes, 1 de julio de 2008

Una historia de amistad

He leído en Orsai sobre el milagro de los pueblos…o el milagro de la infancia, o el milagro de las relaciones de amistad que duran toda la vida… y esta encantadora lectura -como siempre Hernán cuenta las cosas tan bien- me da pie a ponerme a escribir y contaros una historia que hace tiempo que estoy dando vueltas en mi cabeza, que no en mi cuaderno, que exclusivamente lo paseo en los últimos días para que conozca las calles de Madrid, ya que no escribo nada en él.
Conozco a mi amiga Paula de toda la vida. Tanto, que su madre y mi madre paseaban juntas por Huesca con barrigas paralelas y nacimos con 15 días de diferencia. Su padre y mi padre trabajaban en la misma empresa y nos mudamos varias veces de ciudad simultáneamente. Fuimos unas crías felices que pasaron su infancia en Murcia, devorando capítulos de “Dragones y Mazmorras” y jugando durante horas a los “Pin y pon”, además de teniendo un millón de amigos imaginarios, encerrando a mi hermana la mediada (que por aquel entonces era la pequeña) en los armarios y en la despensa, y pelando y contando pipas para comernos ambas exactamente las mismas.
Después ella se fue a vivir a Beasain (Guipúzcoa) a Zaragoza y más tarde a Las Palmas. Y yo me vine a Madrid. Nunca perdimos el contacto, de hecho, tengo recuerdos divertidísimos de nuestra adolescencia, veraneando juntas en Santander, su 18 cumpleaños en Zaragoza al son de La Raja de tu Falda de Estopa, una semana de vacaciones en Las Palmas en un mes de noviembre, que me puse tan morena que parecía mora y casi no salgo de la isla.
Hace como cinco años que se vino a currar a Madrid y carambolas de la vida han hecho que trabajemos en dos empresas completamente diferentes y que no tienen nada en común, pero que están en el mismo edificio. Nos vemos habitualmente, queremos y disfrutamos de la familia y las amistades de la otra, y no hay secretos entre nosotras, nos conocemos tanto que no necesitamos hablar para comunicarnos.
Hace poco estuvieron en casa, ella, su hermana, su madre y sus sobrinos. Tiene un sobrino pequeño, de cuatro años, guapísimo y que habla por los codos. Cuando le dijimos que su abuela era la amiga de mi madre, y yo la amiga de su tía, abría los ojos mucho incrédulo y no terminaba de entenderlo.
Como clava Hernán, “le tengo un respeto irracional a la amistad temprana”, creo que las amistades que se fraguan en la infancia son fuertes y difíciles de romper y brindo por ellas. Sé que un día, quizás no muy lejano, dejaremos el poso de nuestra amistad en nuestros hijos.

Con la braga al hombro

Tras varios meses con, como me gusta decir, “la braga al hombro”, he tomado la decisión de volver a tener la ropa en un único espacio vital. O al menos intentarlo.
Madrid y sus distancias, y sus atascos, y su caos da este tipo de cosas: desde que me recuerdo con coche, llevo una muda en el maletero, por si no duermo en casa.
Llevo también unas zapatillas viejas de deporte y unos calcetines, por si tengo que cambiar una rueda (o andar hasta la gasolinera más cercana) y me pilla con tazonazos.
Llevo un neceser en el bolso. Empezó siendo un mini-neceser con tres tonterías y ahora llevo prácticamente de todo: desde una aspirina a un imperdible, pasando por vaselina, pintalabios, orquillas, valerianas, un cepillo, rimel transparente, crema hidratante, toallitas desodorantes, ibuprofeno, tiritas, aguja e hilo, y condones. La mayoría de las cosas las uso muy de cuando en cuando, pero os aseguro que me han sacado de muchos apuros.
Llevo siempre alguna chaqueta y algún fular, por si se me hace tarde y enfría, por si le da por llover.
Todo esto lo hago en una situación normal, porque ando siempre de aquí para allá y no me gusta andar sin soluciones rápidas.
Y los últimos meses, ha sido aun peor. Medio viviendo en mi piso de soltera, en Madrid, medio viviendo en casa de él, en Villaviciosa de Odón. Con visitas frecuentes a casa de mis padres, en Las Matas. Tener la ropa desperdigada en tres casas diferentes es una auténtica locura. Nunca tienes a mano los zapatos que te pegan con la falda que elegiste, ni el sujetador que te encaja con esa camisa en la casa adecuada. Un follón.
Así que, después de varios meses viviendo en desorden personal absoluto, he tomado la decisión de dejar mi vida de soltera en la capital, y mudarme a la vida en pareja de la periferia y dejar, al menos parcialmente, de vivir “con la braga al hombro”.