jueves, 17 de julio de 2008

Niñas y amigas

La niña de mis ojos tenía nueve años cuando dos pequeñas hermanas rubias llegaron al vecindario. Las dos niñas rubias tenían un año menos y un año más que ella y, como es normal a esa edad, en seguida hicieron amistad las tres. Desde entonces han pasado más de tres años y las tres crías se han hecho inseparables. Y han pasado tanto tiempo juntas que a veces, mirándolas, no sabes dónde acaba una y dónde empiezan las otras.
Disfrutan de esa amistad plena que sólo se tiene cuando eres una preadolescente, cuando todavía no hay nada más importante que una amiga, cuando apenas se ha tenido tiempo de conocer las dobleces de las personas, las dos versiones de cada historia, las dos caras de la moneda.
Las dos niñas rubias se van a vivir con su familia a Estados Unidos. Hoy he pasado un momento por su casa a despedirme de ellas. Las tres estaban enredadas en el sofá, viendo una película, disfrutando de la última noche juntas y con ganas de apurarla entera entre charlas, risas y confidencias de niñas.
De cría mi padre viajaba mucho por trabajo y era yo siempre la que me marchaba. Siempre la que me despedía y dejaba amigas en el camino que íbamos recorriendo. No lo recuerdo muy doloroso, pero ahora la perspectiva ha cambiado.
Cuando me he montado en el coche para volver a casa me ha dado por llorar. Será la luna llena. Será la intensidad de la vida.
No sé si os lo he confesado antes, pero el coche es mi sitio preferido para llorar.
Yo no lloro casi nunca.
Siempre me ha fascinado de mí misma la intensidad con la río y me divierto y la dificultad que tengo para llorar. En las múltiples despedidas de mi vida casi nunca he llorado. He pasado años sin derramar una lágrima.
Cuando aceleraba por la M50 camino del Nidito con los ojos hechos agua, me he dado cuenta que hacía muchos meses que no lo hacía. Las dos últimas veces que lo hice inundé una copa de ron y el Palacio de los Deportes.
Al recordarlo, me he sorprendido riéndome sola. La vida cambia tanto y tan vertiginosamente...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, el coche, creo que es el lugar donde más he llorado. A veces me da la vena nostálgica de camino del trabajo a casa...

Cris dijo...

Yo las grandes lloradas me las pego siempre en el coche, pensaba que era la única...