viernes, 25 de julio de 2008

Despedidas de soltera

No he ido nada más que a una despedida de soltera, por suerte o por desgracia. Fue hace siete u ocho años y fue clásica: cena en un restaurante erótico, estriptis, regalos con transparencias y encajes y pene de peluche vestido de novia.
Me reí, me emborraché y sobreviví a la noche.
Y la novia, aunque parezca mentira, también.
Desde entonces he vivido feliz en el limbo de las no-despedidas de soltera. Qué alegría. Clásicas o no, a mí, las despedidas de soltera no terminan de gustar. Quizás porque soy algo seta. Quizás porque no me gusta divertirme por obligación. Quizás porque no soy de las que sonríen, bailan y se colocan diademas de conejito playboy por quedar bien con las amigas.
A las mías se lo tengo dicho: nada de vestirme de fulana y llevarme a quemar la noche. Si alguna vez me despido de la soltería, espero que no salga ninguna con ganas de verme metiéndole billetes de 20 euros en un tanga a un boys.
En esta sociedad que vivimos hay mil opciones para este tipo de eventos: paintball, karaoke, simulaciones de noches de fantasmas, investigaciones policiacas o fin de semana intenso en casa rural. Hay una nueva modalidad, hace poco me invitaron a una: despedida de solteros conjunta, es decir, mixta, con los amigos del novio, de la novia, de los novios, de las novias, todos juntos. Un día de estos os la cuento.
Sea como sea, a mi alrededor, veo que las despedidas siguen incluyendo desmadre, pasta gansa y muchas veces diversión por obligación. No es para tanto, digo yo, si los novios van a casarse, no a despedirse para siempre.

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