martes, 22 de enero de 2008

No gastaré más saldo contigo, pero si me llevas al cine puedo invitarte a las palomitas on-line

Hay un grupo que escuchan los jovencísimos de hoy que se llama Kiko y Sara y que cantan una canción de desamor en la que dicen “No gastaré más saldo contigo”. Cuando yo era jovencísima, lo que se te podía gastar era la tinta del boli de pintarrajear los libros con el nombre de tu novio adolescente, pero ¿el saldo?, ni hablar. En otro post hablaré de cómo nos complican la existencia los móviles y los ordenadores, pero este, va de otra cosa.

Como decía, estaba escuchando ayer esta canción en la radio y pensando en cómo nos cambian la vida las tecnologías, justo antes de sacar unas entradas de cine por Internet, lo que para mí es el colmo de la modernidad. Esto, y poder hacer el autochecking en el aeropuerto, o incluso el autochecking on-line desde el ordenador 24 horas antes de volar. La primera vez que una máquina roja me dio mi puente aéreo en el aeropuerto de El Prat, solo enseñándole mi Iberia Plus, y evitando una cola de más de 100 personas un viernes a las 15h, casi me abrazo a la maquina y la beso en los morros.

De toda la vida ir al cine ha implicado dar un paseo, estar un rato en la cola, charlar con unos y otros, que el taquillero te hiciese una valoración crítica de la peli… y después, con las entradas en la mano, ir a comprar las palomitas y la bebida, tranquilamente, sin estrés. Esto ya forma parte sólo de mi recuerdo y mi hermana Alejandra que tiene 11 años se muere de la risa cuando le cuento estas cosas, porque le parecen de ciencia-ficción.

Por eso ayer saqué las entradas para ir a ver El Amor en Los Tiempos del Cólera -Bardem hace de blandito, por cierto, que decepción- a través de Internet, y cuando estaba a punto de pagar, el sistema me ofreció la posibilidad de comprar también las palomitas y el refresco. Casi me desmayo. Lo que me faltaba, ¿y dónde se recogen? ¿En la misma máquina que te escupe las entradas sólo pasando tu tarjeta de crédito por una ranura?. Estaba francamente alucinada.

Más tarde descubrí que existe una cola exclusiva para los que han comprado sus palomitas on-line, donde recoges comida/bebida después de que la maquina de las entradas te haya escupido la entrada, y un pequeño recibo para las consumiciones.

La importancia de no llamarse Antonio

Cuando era niña siempre pensaba que me enamoraría de alguien con un nombre y un apellido original.
Parece una tontería infantil, pero cuando pasas tu infancia apellidándote Cabeza Llata, el asunto de los apellidos resulta vital. Todo aquel que tenga un apellido poco común, o un nombre que rime sabe bien a qué me refiero.
Pero las cosas que ves claras como una mañana de primavera en tus primeros años, no tienen porqué acercarse ni de lejos a la realidad. Cuántas niñas de mi infancia se veían en sus pensamientos infantiles de enfermeras y maestras y ahora son secretarías de dirección, dependientas o farmacéuticas y cuántos de mis amigos soñaban con ser astronautas y futbolistas y ahora son cualquier otra cosa.
Pues con mis príncipes azules de nombres ilustres pasa más o menos lo mismo.
La primera en la frente, mi primer novio, el del colegio: Javier Martínez. Como era el primero, y yo tenía 13 años, pues no le di mucha importancia –ya era consciente de que habría más, con un poquitito de suerte-. Pero es que después me enamoré de un sevillano, que se llamaba José Antonio. Estuve loca por un Alberto –que no me hizo todo el caso que yo hubiera deseado, pero también cuenta- y salí con un José Manuel. ¿Se puede ser más vulgar y más infiel a mis sueños infantiles?.
Me he pasado la vida casando apellidos, asustada por las historias de un primo de la familia que se apellida Cabeza-Compostizo, y que ganó un concurso de apellidos raros (y con la mala leche, añadiría): González-Cabeza, Rodríguez-Cabeza, Martínez-Cabeza…y no terminaban de gustarme las combinaciones.
Todavía estoy a tiempo de enamorarme locamente de un Eusebio, un Bruno o un Lorenzo.

domingo, 20 de enero de 2008

La revisión médica de la empresa

Estoy entre las personas más jóvenes de mi empresa, así que cuando llegan las revisiones médicas anuales soy la única que no está amargada pensando en que le van a sacar de todo.
Tuvieron el detalle de hacernos las pruebas antes de las navidades, para que al menos no nos hubiéramos puesto hasta las cejas de comer, beber, y desfasar. Si nos las hubieran hecho en enero, hubiese sido peor todavía.
Los resultados nos los han dado a primeros de año, y llevamos una semana con caras largas: colesterol por las nubes, hipertensión, sobrepeso, y un montón de fantasmas más acechan a la mayor parte de mis compañeros, conscientes de que como mínimo les va a tocar hacer una dieta baja en grasas.
Los días de revisión médica de la empresa me recuerdan mucho a las revisiones del colegio: todo el mundo paseando con el bote de los análisis en la mano como si no fuera orina. El que no quiere que le pinchen. El que miente a la propia báscula. El que se desmaya al sacarle la sangre. Hasta el que utiliza los resultados de su hijo de 14 años para que no le de positivo en marihuana, y le da en marihuana, y en cocaína…
El mejor momento, el único que valía la pena de niños, y que se repite ahora: el desayuno.
Como los análisis hay que hacerlos en ayunas –cosa que no me explico, te pueden operar las varices con láser, y verte las úlceras con una micro-cámara que te entra por la boca y recorre tu cuerpo, pero seguimos teniendo que ir a sacarnos la sangre en ayunas, después de haber hecho pis en un bote, pero este será otro post- esto te da licencia para salir a desayunar al bar a las 11.00h. de la mañana, comerte una tostada, un zumo, un dónut de chocolate y un café con leche y bien de azúcar, y tan tranquilo…¡¡¡como te han pinchado, da lo mismo ponerte como el tito!!!. Hasta los clásicos calienta-sillas que hay en todas las oficinas salen a desayunar el día de la revisión.
Durante las pruebas me di cuenta que soy un poco más ciega del ojo derecho –herencia de mi padre-, porque de lejos, con el ojo derecho, no veo tres en un burro. Bueno, lo que veo es la mancha de los tres, y del burro. El izquierdo, que es mi ojo listín, ve por los dos. Y el pobre es el currante del departamento porque el derecho cada vez está más acomodado sin hacer nada.
La situación me es familiar: uno curra por todo el equipo, mientras que el otro está abonado a la ley del mínimo esfuerzo, y todavía tiene la cara dura de decir que está cansado, porque cuando me duelen los ojos, me duelen los dos, y hasta se me enrojece más el vago. Así están las cosas.
En los resultados, además, me dijo la doctora de la empresa que soy hipotensa –herencia de mi madre-, y que deje de levantarme la tensión a base de cafés. Me recomendó que cuando me de el bajoncillo, me coma una aceituna rellena. Yo pensé “Mmmmm, qué cosa más útil, una aceituna rellena, y ¿qué hago?, ¿me meto un bote en el bolso?”. Alternativa: una corteza de maíz, que no sé ni lo qué es.
Total, que como tengo todo bien, excepto lo de mi adicción al café y la tensión baja de fábrica, y no me puede poner a dieta, ni mandarme dejar de fumar, o hacer más ejercicio, pues lo que me toca es dejar el café –uno de mis pocos vicios, lo siguiente que deje el sexo-, y entregarme al vicio de las aceitunas rellenas de anchoa. Seguro que el año que viene esta nueva adicción tiene alguna contraindicación: según he leído, retención de líquidos, exceso de peso, insuficiencia cardiaca. Eso por lo menos.

martes, 15 de enero de 2008

Adicciones

Soy una adicta al teléfono móvil. Yo le echo la culpa a Madrid. Una ciudad como ésta, me digo, no fomenta las relaciones interpersonales, por eso soy adicta a los sms, a las llamadas y a los e-mails. Una esclava de las nuevas tecnologías que permiten interrelacionarse con los demás. Pero la realidad es que tengo una necesidad constante de contar a los demás lo que hago, lo que siento, soy una exhibicionista de mis propios actos. Acostumbrada a estar rodeada de mi gente, he crecido con oídos dispuestos a escucharme siempre, con ojos que me miraban atentamente y con brazos que me estrechaban amablemente. Por eso, cuando me ha faltado esa atención, he escrito diarios, cartas, relatos.

Soy una adicta a la cafeína. Nunca me gustó como sabía el café, pero a fuerza de tomármelo, me he enganchado y ahora si no me tomo mi chute por la mañana, no soy capaz de arrancar. Soy muy consciente de que una adicción bastante psicológica, pero no me importa. He pasado el mono de la coca-cola, y ahora la consumo de manera controlada y discreta.

Soy una adicta a los discos de Sabina. Me sé todas sus canciones. Es la banda sonora de mi vida. No puedo imaginarme la vida sin él, y sin su música. A veces alterno esta adicción con otras locuras musicales transitorias, véase: Maná, Shakira, Mecano, Pereza, Julieta Venegas, Bebe, Hombres G, Estopa, Beatles, Los Rodríguez, Antonio Vega, Luz, Antonio Flores, (entiéndase esta lista como una enumeración de cabeza, desordenada, como mi cabeza, aleatoria, y dispersa en el espacio y en el tiempo). Pero todas ellas juntas, no pueden competir con la locura de por vida que Sabina representa para mí.

Soy una adicta a los medios de comunicación de masas, a la información, a la letra impresa, a la radio, a los telediarios, a Internet, a todo aquello que me proporcione información sobre el mundo que me rodea. Por eso devoro los periódicos, impresos y on-line, las revistas de todo tipo, consumo noticias de manera sucia y rápida, y me engancho a la actualidad...estoy empezando a controlarlo, y como terapia, me autoimpongo no consumir información en vacaciones y tratar de evitarla los fines de semana. Es el único modo de descansar de mí misma.

Soy una adicta a gustar a los hombres. Es un asco no gustarle a nadie. Pero aunque parezca mentira, es un asco gustarles a todos, porque el día que no le gustas a uno, piensas que has hecho algo mal, y por que la fuerza de la costumbre de ser mirada y admirada convierte cualquier otra situación en rara. Nunca me ha gustado un hombre que no se haya fijado en mí, o más bien, nunca ha habido un hombre que no se haya fijado en mí, si él me gustaba. Resultado: tengo un miedo al rechazo del tamaño de una catedral y no sé estar sola, como he explicado antes. Al menos creo que no soy bisexual, porque esto complicaría las cosas aun más. Debo decir, que me he enganchado de un tío seis veces en mi vida. Al principio de mi padre, el hombre de mi vida; A los 13, de mi primer novio, como una niña (la niña que era); a los 19 de un compañero de mi primer trabajo, como una mujer (como la mujer que empezaba a ser); a los 21 de mi segundo novio, como una amante (como la amantísima amante que fui por primera vez); a los 24 de un amigo, como una amiga (un colega de profesión, que se convirtió en amigo); a los 25 de mi jefe, como una incrédula (la incrédula en la que empezaba a convertirme). El 6 ha sido mi número favorito desde el principio de los tiempos, pero esto no tiene nada que ver.

miércoles, 9 de enero de 2008

El amor a primera vista está mal definido

El amor a primera vista lo malo que tiene es que como en el primer vistazo no te fijes mucho, la cagas. Como es a primera vista lo de fijarse es algo más difícil de lo que se puede pensar.
Muy bonito, sí… sobre todo para contarlo a las amigas. “Si, tías, fue verle y saber que era él, nos miramos, y sin preguntarnos ni el nombre ya estábamos desnudos sobre las rocas” –miradas emocionadas del grupo de amigas selectas, sonido de violines de fondo, brisa marina-.
Un par de semanas después– “Si, amigas, hemos pasado una semana sin salir de la cama…bueno, salimos para ducharnos juntos…fue fantástico. ¿Comer?, qué vulgar, nosotros nos hemos estado alimentando del amor (a primera vista) –suspiros de las amigas, suena un tango de fondo, aúllan los lobos-.
Y así durante un tiempo.
Pero pasado este periodo prudencial…generalmente coincidente con una repentina bajada de temperatura corporal y estacional, de repente te levantas un día y te das cuenta de que el que creías hombre de tu vida tiene pelos en los hombros. Y que no lee ni el Marca.

Si tienes 18 años – iba a decir 15, pero en ese caso tendría que volver atrás y decir “enredados entre las rocas” donde dije “desnudos sobre las rocas”, y “una semana sin soltarnos la mano” donde dije “una semana sin salir de la cama” y no es lo mismo- estas revelaciones no te importan nada: “Nuestro amor, queridas amigas, será más fuerte, ¿a quién le importan los pelos en los omoplatos? ¿No existe acaso, la depilación definitiva?” “A quién le importa que no haya leído un libro en su vida? Él es sensible en otros ámbitos”. Y te quedas con tu amor – a primera vista – por un tiempo, quizás años, haciendo todo tipo de tonterías, quizás hasta que le eches un vistazo a otro, quizás en otro caluroso mes de junio.

Si tienes 25 años –ahora podría decir 28, pero se me rompen el orden que había establecido en mi mente- aguantas un invierno, máximo dos, lo justo para poder explicarles con detalle a tus amigas lo que os regalasteis en Navidad, y en los cumpleaños, y para hacer una o quizás dos escapadas románticas. Hasta que de repente un día, en medio de confidencias, te sorprendes a ti misma diciéndoles a las selectas “¿Cómo me he podido enamorar – a primera vista- de un tío con pelos en los hombros”, muy sencillo, porque no le viste los pelos en el primer vistazo. Él tampoco se fijó que sin tacones mides 1.54, y que sudas más que él… “jódete, -piensas tu-, haberte fijado mejor”. Y en ese preciso momento surge el desamor a primera vista, y tú contentísima, porque si hubieras conocido este concepto antes, de qué hubieras estado meses llorando con 20 años por un completo imbécil.

Si tienes 35 años eres súper-afortunada porque ya lo sabes: el amor a primera vista tiene un nombre que no le hace ninguna justicia y hace tiempo que tus amigas y tú lo llamáis por su nombre: pasión a primera vista. En el mismo momento que se termina la semana que habéis pasado en la cama, y justamente al mismo tiempo que le estás mirando los pelos de los hombros, y él está jactándose de no haber leído un libro en su vida, te haces un favor a ti misma –y a tus pobres y pacientes amigas selectas- y le dejas con la usual frase “Esto ha sido un hermoso amor de verano, y, cariño, es mejor que lo recordemos así”.

martes, 8 de enero de 2008

Y los sueños, sueños son, aunque sean recurrentes

Siempre he tenido sueños recurrentes, desde niña.
Los más habituales eran dos: uno en el que yo iba conduciendo un coche sin saber conducir, y llevando a alguien con urgencia a algún sitio al que tenía prisa por llegar.
Como ejemplos: a mi madre embarazada al hospital, a mi abuelo enfermo al médico, a mi hermana a un examen de ballet clásico, o a mi padre herido y sangrando a urgencias…
Luego estaba el sueño en el que caía al vacío.
Andando o corriendo por un sendero, por un desfiladero, por una escalera, por una calle, por una montaña, entre rocas...me caía, y caía, y caía y caía hasta que generalmente terminaba en el suelo de mi cuarto, porque yo he sido siempre de caerme de la cama (una vez me caí haciendo el amor, pero esta es otra historia).

Cuando me saqué el carné de conducir deje de tener mi primer sueño recurrente, y el segundo sigo teniéndolo a veces, pero muy de cuando en cuando. Desde que soy mayor de edad, mis sueños más repetidos son de sexo o por lo menos de tanteo. Pero…ya lo dice la canción y yo lo suscribo al cien por cien “cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado”.
Durante los siete años que estuve saliendo con mi ex novio nunca soñé con él. Y cuando digo nunca, quiero decir nunca jamás. Paradójicamente, cada noche, antes de dormir, en nuestra última conversación del día él siempre me decía “Sueña conmigo”. Y el efecto era el mismo que cuando mi abuela en mi infancia me decía “Que sueñes con los angelitos”. No soñé con los angelitos nunca, ni lo hice tampoco con mi ex novio.

Eso sí, durante nuestra relación no es que le dedicara mis sueños a recetas de cocina, y estancias reposadas en conventos. Soñé que me liaba con mi jefe, con mi vecino, con varios compañeros de trabajo, con conocidos, con amigos, con famosos y con perfectos desconocidos. Como digo, en mis sueños tuve sexo con bastante gente, incluida mi cuñada (la hermanisima del antagonista de mis sueños al que me refiero) pero nunca, nunca, nunca con mi ex.

Bueno…hasta que lo dejamos. Fue dejarlo y empezar a soñar compulsivamente con él. En los últimos meses hemos follado en un montón de sitios nuevos y posturas que no habíamos probado. Lo grave de la situación es que esta extraña circunstancia me ha ocurrido en todas las relaciones que he mantenido. Solo sueño con mis parejas cuando no estoy con ellas, y por ello he desarrollado una capacidad de improvisar mentiras respecto a mis ensoñaciones que me acompañará siempre.

Todos hemos mentido alguna vez con estas cosas y cuando mi ex acaramelado me preguntaba a la mañana siguiente, tras levantarme yo con cara de bien-follá “¿Te ha gustado el sueño?”, yo le respondía picarona “Sin duda, ha sido un maravilloso orgasmo”. “¿Y qué tal he estado? preguntaba dando por hecho él, “Bien”, respondía yo evasiva. En realidad la respuesta correcta era: “Tu unos ronquidos de Emmy, pero el que ha estado de Oscar a la mejor interpretación masculina ha sido tu amigo Juan”.

viernes, 4 de enero de 2008

Mi paranoia de principio de año

Tengo la clásica depresión post-vacacional aderezada con la paranoia de principio de año. A la mayoría de la gente que conozco le espantan las navidades y su tortura llega a su fin al mismo tiempo que el simulacro de paz, amor y amistad, es decir, rondando el primer día del año. Eso si tienes suerte y tu familia no está conformada por un montón de prim@s y herman@s con hijos, porque entonces, el simulacro dura hasta el día 6 de enero, y además de la paz, el amor, y la amistad, incluye necesariamente un montón de buenos sentimientos filiales.
Pero a mí, las fiestas me gustan hasta el día 29, más o menos. Disfruto mucho de la Nochebuena, ocasión única en la que me reúno con la parte de mi familia a la que adoro, y la Navidad suele estar bien…paso el resto de la semana tomando aperitivos, cafés, cenando, comiendo y de copas con amigos y familiares a los que no suelo ver nunca y llegando el 29 estoy empachada de comer y de beber, harta de leer felicitaciones de fiestas, fin de año, y año nuevo, y deseando que pase cuanto antes lo que queda. El punto álgido llega el 31 de diciembre. Nunca me lo paso bien en Nochevieja. Siempre me entra sueño, el ambiente me parece peor que nunca y me siento sola y vacía en medio de tanto borracho. Desde el 31 y hasta aproximadamente mediados de enero el proceso es el siguiente:
Otro año que pasa, y yo sigo exactamente igual. En el mismo trabajo. En el mismo puesto. Con el mismo sueldo. Los mismos compañeros pedorros. En el mismo país. En la misma ciudad. Sin irme a vivir con nadie, sin casarme con nadie, sin tener ningún hijo, sin plantar ningún árbol, ni escribir ningún libro. Por supuesto, siempre exagero muchísimo y normalmente entre el 3 y el 10 de enero planeo dejar el trabajo, coger un año sabático, viajar más, hacer más deporte, leer todo lo que me apetece, escribir por fin una novela, acostarme con más gente, tener un hijo sola, no dejarme vencer por la pereza, ver más a mis amigos, ocuparme más y preocuparme menos, y disfrutar. Poner un bar de chopitos, o una huerta de fresones…
Lo bueno es que a finales de enero todo vuelve a su cauce, no dejo el trabajo porque comparándolo con el mercado está bastante decente. No viajo más, porque cuando tengo dinero no tengo tiempo, y cuando tengo tiempo no tengo dinero. No cojo un año sabático, porque me da miedo no saber qué hacer. No me acuesto con nadie nuevo. Me cago de miedo de tener un hijo sola. Veo a mis amigos igual, es decir, casi nada, pero gasto más en sms por el cargo de conciencia que me da. No me ocupo, aunque tengo la sensación de estar ocupada siempre, lo que conlleva estar siempre preocupada. Disfruto a ratitos, como el año anterior. Al chiringuito de chopitos y la huerta de fresones solo llego en momentos exageradamente desesperados, y como estamos a día 4 todavía no he llegado. Cuando lo haga, os lo cuento.

martes, 1 de enero de 2008

Sobre mí


¿Cómo se te ha ocurrido esto? (tu no fumabas nada raro, ¿verdad?)
Escribo desde niña, y bueno, a falta de un diario bueno es un blog. Si soy capaz de esto y más sin fumar, imagínate que no podría hacer fumada.

¿Cuál es tu mayor inquietud en tu vida, tanto personal como profesional?
Vivirla dándolo todo. Con mi familia, con mis cosas, con mis amigos, en el amor, en el trabajo, siempre.

¿Tiene algo que ver tu meta personal con tu meta profesional? ¿Se complementan o no se parecen en nada…?
No me pongo metas pero tampoco límites. Profesionalmente espero poder seguir dedicándome a lo que me gusta toda mi vida y personalmente espero ser capaz de seguir manteniendo mi optimismo siempre.

¿Que tiene Santander que no hay en el resto del mundo?
Sus paisajes, sus colores, sus olores, sus rincones, su clima, y mi gente.
Nada más y nada menos.

¿Qué consideras vacaciones?
Desconectar de todo lo que me perturba y disfrutar de mi tiempo, de mi espacio, y de mi gente.

¿Cuál es tu lugar favorito para ir en fin de semana?
A casa de mi madre.

¿Condicionas tu vida para llegar a tener lo que imaginaste o dejas que el destino te sorprenda?
Me he echado en los brazos del sorprendente destino, porque lo que me imagine, en la mayor parte de los casos, no tenía apenas sentido, y trato de que las cosas que me hacen feliz en la vida “se acerquen a lo que yo simplemente soñé”.

¿Cuál es el trabajo ideal?
Si es ideal, no es un trabajo.

¿Por qué no dejarías tu trabajo?
Porque me da pánico la inestabilidad laboral.

¿Qué no te quitas nunca?
Pendientes (dice mi madre que ir sin pendientes es peor que ir sin bragas, y a mí se me ha quedado), el móvil (qué adicción más absurda), y la más importante: mi sonrisa.

¿Tienen lengua los peces?
Pues yo diría que no, pero esta pregunta seguro que tiene trampa…¿no?
¿Alguna vez te has parado a pensar que la gente que te rodea, tus amigos, tus compañeros de trabajo, están contigo solo para su beneficio propio?. ¿Hasta que punto puedes confiar en un amigo?. ¿Cuantos amigos crees que no son como te describo?
Siempre me he referido a los amigos como “compañeros de vida”, y es maravilloso poder compartirla con ellos, aunque sean etapas. Si además de esto, logras tener alguno de esos amigos que se mantienen leales a lo largo de la vida, y se convierten en más que amigos, tu familia, ¿qué más se puede pedir?. Creo que tengo la suerte de haberme encontrado con alguno de esos…

¿Mayor fantasía sexual de las mujeres? ¿Y la tuya?
Cada cerebro femenino es un mundo por explorar, pero puedo decirte la mía: un trío.

¿Qué has aprendido en tus trabajos y de tus jefes?
En los trabajo he aprendido muchísimo, sobre todo, sobre la complejidad de las relaciones humanas. He tenido la gran suerte de encontrarme siempre con jefes que me han dado algo especial y esencial para convertirme en la Cris que soy ahora. Claudio me enseñó a soltarme el pelo, Paco a aceptar las críticas constructivas, y a moderarme, Alex a confiar en mí misma y a luchar siempre por mi criterio, y Gloria a manejar mi mano izquierda.

¿Por qué durante tus años de universidad siempre ibas “en bloque” con Estefanía’?
Tener una relación de amistad como la que yo he conseguido tener con Estefanía es una de esas razones por la que la vida merece la pena, así que no creo que necesite explicar más. No cambiaría ni un minuto de los que he pasado con ella.

¿Te sientes bien con tu personalidad? ¿O alguna vez has deseado tener menos?

Me he acostumbrado a tenerla, aunque durante la adolescencia quizás hubo momentos en que hubiera preferido que fuese menos llamativa.

¿Te sientes gorda o estas feliz con como eres?
Este es mi cuerpo y siempre nos hemos gustado mucho el uno al otro –son años de convivencia ya-. Soy una tía voluptuosa, no me imagino como sería yo misma en delgada.

¿Qué edad te gustaría tener?
La cabeza y forma de pensar que tengo ahora, pero el entusiasmo y las ganas de todo que tenía a los 19, cuando me comí el mundo –hace 10 años, ahí es nada-.

¿Disfrutas con el sexo?
Las cosas hay que hacerlas para disfrutarlas, si no, mejor no hacerlas (esto es una filosofía de vida en general) así que lo disfruto y mucho, y lo que es peor, lo paso mal sin él.

¿Eres impaciente?
No tengo NADA de paciencia. NADA. No puedo esperar a nada. Lo quiero y lo quiero ya.

¿Por que nunca muestras cuando te enfadas? Porque tu dices que tu nunca te enfadas...pero yo creo que si, lo que pasa es que no dices nada....
Es cierto que no me suelo enfadar casi nunca, aunque con el paso de los años estoy perdiendo facultades, y cada vez me enfado más. Creo que enfadarse es una perdida de tiempo y soy una firme defensora de dialogar las cosas antes de discutir. Es cierto que quizás hay cosas que me molestan y no digo, pero porque sé que se me va a pasar enseguida.

Este último año has sufrido varios cambios en tu vida, ¿esto ha hecho cambiar la perspectiva que tenías o sigues con tu misma filosofía?
He sido más bien de planificar, tener las cosas atadas o semi-atadas, pero la vida me ha mostrado que tanto plan a veces no sirve de nada, y es obligatorio improvisar. Es difícil que deje de pensar en el futuro, y de organizarme mentalmente, pero mi objetivo es disfrutar de la improvisación igual que de la planificación.

¿Que perspectiva te planteas en tu vida: a corto plazo o a largo plazo?
Vivirla a tope, conocer, aprender, mirar, oír, oler, reírme… y que las inevitables malas rachas pasen rápido y me enseñen.

¿Quieres tener hijos?
Si, tres (voy algo jodida, lo sé).

¿Como te ves de aquí a 5 años?
A pesar de cómo están las hipotecas, y las relaciones hoy en día, sigo fiel a mi clásico, y parafraseando a José Manuel Soto diría: “un perro, un caballo y una playa, mis amigos, y una casa, y sus besos que me ayuden a seguir”.

¿Carne o pescado?
Si de lo que hablamos es de cocina, pescado.
Si de lo que hablamos es de meternos en harina, carne.