martes, 1 de julio de 2008

Una historia de amistad

He leído en Orsai sobre el milagro de los pueblos…o el milagro de la infancia, o el milagro de las relaciones de amistad que duran toda la vida… y esta encantadora lectura -como siempre Hernán cuenta las cosas tan bien- me da pie a ponerme a escribir y contaros una historia que hace tiempo que estoy dando vueltas en mi cabeza, que no en mi cuaderno, que exclusivamente lo paseo en los últimos días para que conozca las calles de Madrid, ya que no escribo nada en él.
Conozco a mi amiga Paula de toda la vida. Tanto, que su madre y mi madre paseaban juntas por Huesca con barrigas paralelas y nacimos con 15 días de diferencia. Su padre y mi padre trabajaban en la misma empresa y nos mudamos varias veces de ciudad simultáneamente. Fuimos unas crías felices que pasaron su infancia en Murcia, devorando capítulos de “Dragones y Mazmorras” y jugando durante horas a los “Pin y pon”, además de teniendo un millón de amigos imaginarios, encerrando a mi hermana la mediada (que por aquel entonces era la pequeña) en los armarios y en la despensa, y pelando y contando pipas para comernos ambas exactamente las mismas.
Después ella se fue a vivir a Beasain (Guipúzcoa) a Zaragoza y más tarde a Las Palmas. Y yo me vine a Madrid. Nunca perdimos el contacto, de hecho, tengo recuerdos divertidísimos de nuestra adolescencia, veraneando juntas en Santander, su 18 cumpleaños en Zaragoza al son de La Raja de tu Falda de Estopa, una semana de vacaciones en Las Palmas en un mes de noviembre, que me puse tan morena que parecía mora y casi no salgo de la isla.
Hace como cinco años que se vino a currar a Madrid y carambolas de la vida han hecho que trabajemos en dos empresas completamente diferentes y que no tienen nada en común, pero que están en el mismo edificio. Nos vemos habitualmente, queremos y disfrutamos de la familia y las amistades de la otra, y no hay secretos entre nosotras, nos conocemos tanto que no necesitamos hablar para comunicarnos.
Hace poco estuvieron en casa, ella, su hermana, su madre y sus sobrinos. Tiene un sobrino pequeño, de cuatro años, guapísimo y que habla por los codos. Cuando le dijimos que su abuela era la amiga de mi madre, y yo la amiga de su tía, abría los ojos mucho incrédulo y no terminaba de entenderlo.
Como clava Hernán, “le tengo un respeto irracional a la amistad temprana”, creo que las amistades que se fraguan en la infancia son fuertes y difíciles de romper y brindo por ellas. Sé que un día, quizás no muy lejano, dejaremos el poso de nuestra amistad en nuestros hijos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ayy... que bonito!!!

Fdo: La prima de la amiga de la infancia... jeje

Cris dijo...

Jjejejeje, no digas que eres anónima, que te hemos calado. Además, ya sabes que los primos de mis amigas íntimas de la infancia, son mis primos.