jueves, 24 de junio de 2010

Un poco mala madre

Los dos días anteriores al concierto, estuve preocupadilla, pensando que no iba a poder disfrutar del primer plan nocturno con mi santo en meses, porque iba a estar pensando todo el tiempo en cómo estaría mi rana. Es cierto que yo ya he salido un par de veces sin ella -la primera a cenar con mis amigas a un japo cuando la ranita tenía un mes, y tuve que escuchar más de un comentario al respecto- pero la dejaba en casa con mi santo, que ha compartido con ella los mismos días de vida que yo, que conoce su postura para dormir, que sabe cómo darle un paseito relajante, que le prepara el biberón a la temperatura a la que ella está acostumbrada.
Me sentía un poco mala madre y doblemente gilipollas: mala madre primero por tener tantas ganas de salir a ver a Sabina en concierto en Las Ventas, gilipollas primero por preocuparme varios días antes del día de la salida, gilipollas después por no querer tampoco renunciar al plan. Lo perfecto hubiese sido, pensaba yo, clonarme y dejar a la Cris-madre en casa, y enviar a la Cris-fanática de Sabina -ese que canta- al concierto.
Como eso no podía ser, tuve que contentarme con un plan de suegra-canguro, y pasé todo el día nerviosa, como si del primer día de colegio se tratase.
A las 19h nos marchamos. La nena tiene dos meses así que lo mismo le da que nos vayamos que no, pero creo que ambos esperábamos unas lagrimillas o algo: pues no, Julia se quedo tan fresca y feliz en los brazos de su abuela y nosotros nos marchamos extraños.
La buena noticia es que aparcamos estupendamente, nos tomamos algo en mi bar preferido del barrio de Ventas, Casa Braulio, entramos en la plaza con tiempo, charlamos con amigos que también iban al concierto, y disfrutamos de tres horas del siempre enorme Sabina, sin acordarnos demasiado de que habíamos dejado a nuestro en bebe en casa. Y al llegar la encontramos dormida como una bendita en su moisés, encantada de la vida y a mí me dieron ganas de salir más amenudo con su padre. Debo ser muy pero que muy mala madre.

martes, 22 de junio de 2010

Para lo que no estaba preparada

Estaba preparada para tener un bebé, pero no para todo lo demás.
Lo difícil no es el embarazo, es esa sensación de que tu cuerpo ya no es del todo tuyo porque tienes que comer, pasear, dormir, descansar, no beber, no estresarte, pensando en una persona que no eres tú, y a la que ni siquiera conoces.
Lo duro no es el parto, es ese revolotear de gente desconocida que te mueve de un lado a otro, te clava agujas, te explora, te pide esfuerzo, te empuja, te aprieta, te habla en un idioma raro, sin ser tu muy consciente de lo que estás haciendo ni diciendo, eso si, lo estás haciendo y diciendo obediente como un preescolar bien domado.
Lo extraño no es dejar de tener “vida de pareja”, es que tu pareja ha dejado de ser lo que conocías hasta ese momento: lo que antes llamabas intimidad ha dejado de tener sentido, porque tu pareja, en este caso, el padre de tu hija, ha visto, conocido y compartido intimidades que ni siquiera sabías que existían, y cada centímetro de tu piel tiene ahora un carácter diferente, a sus ojos y a los tuyos.
No tener vida social parece, antes de tener un bebé, uno de los peores problemas a los que te vas a enfrentar, pero lo complicado es dejar de tener “tu” vida social, la que te gustaba, la que te llenaba, la que te estresaba pero habías elegido tú, para dar paso a una nueva vida social, llena de compromisos que a veces te apetecen y a veces no, llena de visitas programadas y de visitas sorpresa (que en más ocasiones de las que puedas pensar coinciden entre ellas, claro), con gente con la que apenas has intercambiado dos palabras antes de ahora, de repente interesada por detalles incomprensibles de tu nuevo estado.
No saber nada de nada sobre lo que le pasa a esa nueva y pequeña persona que ahora vive contigo es desconcertante, pero a esa incertidumbre se suma lo que es quizás más irritante, que todo aquel que está en un radio de 100 kilómetros a la redonda parece saberlo mejor que tú, ya sea tu madre, tu suegra, tu vecina, la dependienta del supermercado o esa señora que te encuentras en la farmacia.
Y lo más duro es darte cuenta que de repente tienes que dar cuentas de todo, estar siempre localizable, no tener una pizca de vida interior ni un resquicio de pensamientos secretos, porque aunque quieras continuar siendo la misma de siempre, ser independiente, ir y venir, tomar tus propias decisiones, ya no puedes, porque esas decisiones ahora implican a, al menos, otra persona, si no son dos, y de rebote a, al menos, dos familias, y ahora te das cuenta que no puedes marcharte sin más de casa a pasar un día entero perdida de tiendas, ni coger el coche y desaparecer unos días en algún hotelito ideal de una ciudad apasionante. Ahora eso es imposible, porque no sólo una pequeña y encantadora persona depende de ti, es que además, hay un montón de ojos pendientes de todos tus movimientos.

jueves, 10 de junio de 2010

Sustito de rana

Mientras la rana echa un sueño de amanecer en su cuco, me estoy entregando al placer de tomarme un café escuchando la radio y navegando un poco con Internet, leyendo los blogs y las páginas que me gustan, echando un ojo a las novedades de mis amigos en FB, revisando los correos...llevo unos días en casa de mis padres y aquí no suelo conectarme mucho, en una casa tan grande está todo muy lejos y tarde el doble en hacer todo: de subir hasta el ático a utilizar el ordenador, ni hablamos. Pero ayer cogí prestado el ordenador de la titina-odiosa y me lo bajé al salón y ahora puedo tener un ojo en la pantalla mientras el otro sigue con su rabillo el sueño de la pequeña rana.
La rana santa se despertó anoche con una rabieta. Mejor dicho ni siquiera se despertó. Pilló la rabieta en sueños. Fue justo después de darle el pecho, cerca de la medianoche, al minuto de posarla en su cuna, empezó a llorar de manera más que desconsolada, y yo casi me muero del susto: no llora nunca, y no sabía que hacer para que se callara. Después de dos o tres minutos eternos volvió a quedarse dormida y tranquila en mis brazos, pero yo ya no pude dormir en una hora, ni dejar de mirarla mientras dormía, intranquila de que le pasase algo desconocido para mí, asustada de quedarme profunda y no enterarme si le pasaba algo.
Lo que más me fascina de estas cosas es mi nueva aproximación a ellas: increíblemente no tengo sueño (de momento) aunque he dormido poco y ligero (el susto me llevo a dormir con la rana al lado y a abrir un ojo de vez en cuando para comprobar que ella estaba bien). La maternidad es día a día una caja de sorpresas.