lunes, 28 de septiembre de 2009

Habíamos tonteado con la idea varias veces...

Habíamos tonteado con la idea varias veces: primero era muy pronto, después me ascienderon y al poco tiempo comencé el máster. Aplicamos nuestro clásico "qué consejos voy a darte yo que ni siquiera sé cuidar de mí" a la situación, y continuamos con nuestra vida. Yo cumplí 30 años, el estrés del 2008 se quedó en casi nada al lado de lo que presentaba el primer semestre de 2009. Cuando Loren no está en casa, a mí se me mueren las plantas.
Cuando yo no estoy en casa, él cena una bolsa de pistachos, una tableta de chocolate o leche con galletas.
Cuando tenemos la suerte de estar los dos al mismo tiempo en casa, nos olvidamos de colgar la ropa en el tendal, de recoger mis trajes del tinte o de comprar leche. Todas estas cosas pueden llegar a darse incluso juntas al mismo tiempo.
Pero la idea estaba ahí, y de vez en cuando hablámos de ello: por encima, sin darle importancia, como cualquier otro plan sin fecha de caducidad.
Yo me vine temporalmente a vivir a París, y después de mucho tiempo sin tener sensación de tranquilidad, pasamos juntos y solos una semana de vacaciones entre Santander y Ruiseñada. Y fue en esas vacaciones cuando por fin lo decidimos: íbamos a intentar tener un hijo.
Yo eché mis propios cálculos, teniendo en cuenta que hasta final de este año nos íbamos a ver un fin de semana al mes, y que estas cosas siempre tardan unos meses...quizás para el año que viene por estas fechas hubiéramos podido conseguirlo.
Las vacaciones fueron maravillosas, relajadas, y las disfruté muchísimo. Y reímos mucho ante la idea de tener un bebe, hicimos todo tipo de cábalas.
El 3 de agosto estaba de vuelta en un más que caluroso París.
Lo que menos pensaba en ese momento era que ya no hice el viaje de vuelta de las vacaciones sola. Ya estaba embarazada de un par de semanas.
Un test de embarazo confirmaría en correcto en francés en el salón del Nidito parisino que estaba "encinte" unas semanas después.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Paris, sin lluvia

En agosto no llovió ni una vez y en septiembre ha habido una única tormenta –bestial, pero única- una noche después de un día de bochorno total. Se por experiencias anteriores que Paris es gris, que diluvia, que el cielo puede ser tu peor enemigo, pero, desde luego, que en los meses que llevo viviendo aquí ha hecho mucho mas tiempo soleado que lluvioso.
Yo tengo ganas de que llueva, la verdad, de que se limpie el ambiente y con él un poco mi alma, mi karma, como queramos llamarlo: en Madrid celebro los días de lluvia como si fuesen mi cumpleaños, y en Paris, voy por el mismo camino. Aunque los locales me dices que espere, que espere a noviembre y sabre lo que es un invierno lluvioso: yo trato de explicarles que se muy bien lo que son meses sin ver salir el sol, que soy de Santander, que esta un poco mas arriba de Málaga y donde el clima se parece mucho mas al francés que a lo que ellos entienden por español, pero…bueno, estoy esperando lo que me depare el otoño parisino con ganas.

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Anoche o una noche hace diez años?

Algunas noches leo, escucho música en el ordenador, trasteo por la red y veo vídeos en youtube. Estaba viendo vídeos viejos de Mecano, porque tenía ganas de escuchar esas canciones y no las tengo en el Ipod. Me estaba riendo sola pensando en la niña de mis ojos, que, de poder verme, me hubiera dicho que si estaba ya escuchando "música de viejos", y me he topado con un vídeo de la gira que hicieron juntos Ana Torroja y Miguel Bosé con canciones de él y de Mecano, y también alguna de ella, que se llamaba "Girados".
Y girada me he quedado yo al darme cuenta que hace diez años que vi ese concierto en Sevilla, en un estadio hasta la bandera, una noche de finales de agosto o principios de septiembre, una noche que parece que perteneciera a otra vida y de la que sin embargo me acuerdo como si hubiese sido anoche mismo: el paso del tiempo tiene esa magia.
Y es tan maravilloso tener recuerdos así, tan jóvenes y tan viejos, tan lejanos y tan palpables a la vez, tan bonitos y tan cargados de fuerza.
Por si alguno quiere recordarlo conmigo...

El baño y el zulo


La primera vez que vine a Francia por cuestiones laborales hace unos 5 años ya me llamaron la atención los baños. Había estado en Francia antes: camino de Italia en un viaje del instituto; comprando botas de montar de la talla 12 años a dos duros en el Decatlón de Biarritz cuando todavía no había ese establecimiento en España. Pero mi memoria infantil y preadolescente no recuerda los baños franceses, así que fijaremos mi primer recuerdo de toilettes hace unos cinco años, cuando empecé a visitar asiduamente este país.
Los hoteles parisinos tenían separado la ducha y el lavabo de la taza del water en la mayoría de los casos. Podía ser ducha por un lado y taza y lavabo por otro; bañera y lavamanos separados de la taza; los tres elementos separados entre si, pero nunca, nunca, nunca jamás todo junto, ni la ducha con la taza.
Con el tiempo supe que esta separación de unos elementos que para nosotros en España siempre van en pack existía y continua existiendo no solo en los hoteles si no en los hogares parisinos. Mi Nidito no podía ser menos. En el hall tengo tres puertas: una da al salón, otra a la cocina, otra al baño y una cuarta al zulo.
Casi tres meses mas tarde sigo equivocándome de puerta todas las mañanas cuando me levanto: una es un animal de costumbres.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Regresando sin prisa pero sin pausa

Si, hace más de un mes que no escribo.
Si, hace más de un mes que ni siquiera me apetece escribir.
No, no voy a dejar de escribir para siempre.
No, no pasa nada malo, pero, si, pasan muchas muchas cosas.
Si, pienso tomármelo todo con más calma, incluido el blog.

El tiempo pasa volando y de los seis meses desplazada en Paris ya quedan menos de tres. Me asombra y también me alegra porque tengo ganas de volver: echo de menos a mi gente, mi casa y mi trabajo de Madrid. La experiencia, no la cambiaba, hace falta venir y probar para saber lo que quiere una y lo que no, pero visto y testado, ahora que el otoño ya ha caído sobre la capital francesa, y un gris plomizo lo inunda todo, lo tengo más claro que nunca: quiero vivir en Madrid, dedicarme a lo que me dedico, con mi equipo y no otro, pasar las tardes en mi patio, o en mi salón, ver crecer las plantas, disfrutar de la tele-basura española, organizar fiestas y barbacoas y cenar con mis chicas por lo menos una vez a la semana. Y escaparme de fin de semana sin planearlo mucho. E ir hasta el Sardinero de vez en cuando a oler el mar, salir con mis primos y reírnos hasta que nos duela todo el cuerpo.

Ya no queda nada para eso. Hasta entonces, a disfrutar lo que queda.