martes, 1 de julio de 2008

Con la braga al hombro

Tras varios meses con, como me gusta decir, “la braga al hombro”, he tomado la decisión de volver a tener la ropa en un único espacio vital. O al menos intentarlo.
Madrid y sus distancias, y sus atascos, y su caos da este tipo de cosas: desde que me recuerdo con coche, llevo una muda en el maletero, por si no duermo en casa.
Llevo también unas zapatillas viejas de deporte y unos calcetines, por si tengo que cambiar una rueda (o andar hasta la gasolinera más cercana) y me pilla con tazonazos.
Llevo un neceser en el bolso. Empezó siendo un mini-neceser con tres tonterías y ahora llevo prácticamente de todo: desde una aspirina a un imperdible, pasando por vaselina, pintalabios, orquillas, valerianas, un cepillo, rimel transparente, crema hidratante, toallitas desodorantes, ibuprofeno, tiritas, aguja e hilo, y condones. La mayoría de las cosas las uso muy de cuando en cuando, pero os aseguro que me han sacado de muchos apuros.
Llevo siempre alguna chaqueta y algún fular, por si se me hace tarde y enfría, por si le da por llover.
Todo esto lo hago en una situación normal, porque ando siempre de aquí para allá y no me gusta andar sin soluciones rápidas.
Y los últimos meses, ha sido aun peor. Medio viviendo en mi piso de soltera, en Madrid, medio viviendo en casa de él, en Villaviciosa de Odón. Con visitas frecuentes a casa de mis padres, en Las Matas. Tener la ropa desperdigada en tres casas diferentes es una auténtica locura. Nunca tienes a mano los zapatos que te pegan con la falda que elegiste, ni el sujetador que te encaja con esa camisa en la casa adecuada. Un follón.
Así que, después de varios meses viviendo en desorden personal absoluto, he tomado la decisión de dejar mi vida de soltera en la capital, y mudarme a la vida en pareja de la periferia y dejar, al menos parcialmente, de vivir “con la braga al hombro”.

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