Cuando franqueaba ya la puerta, un joven me tendió un papel. Era un vale de descuento de ocho euros. Como la puerta automática no se abría y el joven no decía nada, miré el panfleto mejor: era un vale de descuento de ocho euros si, pero si acudía a otro centro de Ikea ese mismo día, porque el de Alcorcón estaba cerrado por festividad local.
Vale, ocho euros no es mucho, pero estamos hablando de Ikea: con ocho euros me compro la balda de la cocina.
Y con este pensamiento arranqué y me fui al de Vallecas.
No encontré ni los cajones, ni la balda, pero me dejé una pasta: compré una mesa que no tenía prevista y gasté 100 euros en chorradas. Para lo que usé mi descuento de ocho euros, claro.
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