martes, 16 de septiembre de 2008

Y de pronto, el mar

No puedo usarlo siempre, pero a mi me gusta más viajar en tren que en avión desde siempre. Te puedes mover, te puedes ir a la cafetería a tomar algo, puedes hablar por teléfono, escribir y leer, conclusión: los viajes se me pasan en nada. Desde que el AVE une Madrid con Barcelona intento usarlo cuando tengo que desplazarme a trabajar allí, como por ejemplo, hoy. Siempre no puedo, por los horarios y tengo que vivir el infierno del puente aéreo.
Iba con los cascos puestos, mirando de reojo la tele, imaginando de qué iba la película sin escucharla, y mirando, del otro lado, por la ventanilla el paisaje.
De repente asomó un pedazo de mar entre dos pequeñas colinas verdes.
Llevo tanto tiempo viviendo en Madrid que hace mucho que, en un lunes cualquiera, no se me aparece el mar de pronto por algún lado. Y ha sido precisamente un lunes 15 de septiembre, primer día de colegio para muchos niños, con unos atascos interminables en la capital, con una mañana que mostraba los primeros síntomas del otoño, con follón en la oficina, con viaje de curro después de la jornada incluido, cuando ha aparecido el mar de sopetón y me ha calmado el ánimo, me ha hecho respirar más profundo, me ha templado el alma.

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