jueves, 18 de septiembre de 2008

Te echaré de menos hoy...y hasta que vuelvas

Al final he salido de Barcelona a las seis y pico de la tarde cuando el cuerpo empezaba a pesarme. En la estación de Sants me he enfadado con el mundo. He coincidido en el control de acceso a los andenes del AVE con una mujer mayor cargada de maletas y acompañada de su hija y su nieta. Llevaba los brazos vendados. No han dejado que su familia la acompañara al anden, por seguridad y le han indicado con desgana que podía solicitar un servicio de acompañamiento en Atención al Cliente. En la cara de la nieta se ha dibujado un gesto de ansiedad. Eran las seis menos diez y ya no había tiempo de acercarse al mostrador de atención al cliente. Ninguno de los empleados de RENFE que estaban a nuestro alrededor y he contado al menos cinco se han movido, ni han dicho nada. No soy especialmente solidaria. De hecho, he mirado a mi alrededor, buscando con disgusto alguien que pudiera ayudar a la señora, alguien que no fuese yo. Pero nadie ha reparado en la situación. Sólo yo me estaba dando cuenta. Así que, he dejado mi maleta, mi mochila del portátil y mi bolso abandonados en la cinta y he ayudado a la mujer a colocar y recoger sus cosas. Luego me ha preguntado que por dónde tenía que ir y la he indicado, porque los carteles no se veían desde donde estábamos y nadie parecía muy dispuesto a echarle un cable. Cuando ella se ha montado en el tren, estaba tan enfadada con el mundo que tenía ganas de patalear. Me he sentado y he recordado que mi abuela nunca quería venir sola a Madrid en tren, porque se perdía por los andenes.
El enfado me ha dejado agotada y el recuerdo sensible.
Pero me he sacudido las ganas de abandonarme y quejarme. Para eso tenía un libro nuevo y música, así que me he sentado en el tren, y me he acomodado, tratando de no acordarme de que voy a llegar a Atocha a las nueve y 23 minutos y que aun tengo que ir hasta la oficina, recoger mi coche del aparcamiento y conducir hasta Villaviciosa de Odón. Cuando llegue, el Nidito estará vacío. Hoy y toda la semana, porque él está grabando fuera. No estoy acostumbrada a que no esté en casa cuando vuelvo de viaje y me descoloca un poco. No seas tonta, me he regañado. Porque cuando estoy cansada y no sé lo qué me pasa, me sucede como a la protagonista de “Lo raro es vivir” de Martín Gaite, -que he empezado a leer en el tren y me ha atrapado intensamente desde el principio- que estoy como irritada y cuando no podemos vernos, y tenemos que hablar por teléfono antes de dormir, me pongo a la defensiva y me enfado yo sola y le digo cosas que no quiero decir. Cuando le tengo al lado es diferente, las miradas, las sonrisas, las manos, son escudos que evitan que las lanzas de las palabras hieran.
He dejado de leer un rato, paladeando algunos párrafos un poco más, mirando por la ventanilla. Me he descalzado, no consigo que dejen de matarme los zapatos de tacón, he manoseado el Ipod. Además de toda la discografía de Sabina, me ha grabado su música, y también la nuestra, música de ahora, de antes, de entonces y de siempre que por una cosa u otra se ha convertido en nuestra: he puesto al azar uno de los discos de Los Piratas. En seguida he oído esa canción que tanto le gusta: "...tiene tanta prisa que tropieza y se despista y me deja aquí una nota de papel. Tengo que dejarte no voy a llegar, me gusta cuando duermes y odio madrugar, no tienes porque sentirte mal, te echare de menos hoy…te echaré tanto de menos, cerraré fuerte los ojos hasta verte, solo tengo que esperar…te echaré tanto de menos que aunque busque una palabra no habrá nada que me cure de verdad…te echaré tanto de menos que no sé cómo parar esta canción".
La he escuchado varias veces. A mí también me gusta. Y eso es exactamente lo que haré: sentarme, leer, seguir escuchando música, cerrar fuerte los ojos y buscar una palabra hasta que vuelvas, ¡te echo tanto de menos!.

No hay comentarios: