martes, 4 de agosto de 2009

en el aeropuerto de CDG

De todas las especies humanas que habitaban el aeropuerto Charles de Gaulle (lejísimos y llenísimo un diez de agosto cuando la mitad de los parisinos abandonan el asfalto y se dirigen en manada a la playa, o al campo, y en muchos casos lo hacen en avión) me tuvieron que venir a joder el café tres inglesas gritonas con perro incluido que merendaban te con pollo y quiche Lorraine. Aparentemente se trataba de dos hermanas cincuentonas con una sobrina adolescente. Y vinieron a sentarse en la misma mesa que yo –in-justamente cuando mas tranquila estaba con un cafelito, relajada en un sofacito, haciendo tiempo para embarcar.Y tenían las tres un tono de voz que me obligó a ponerme el Ipod para no oírlas ni un momento más.
Salí de la ofi con muchísimo tiempo porque todo el mundo me había alertado sobre el tráfico ese día-la recepcionista, mi jefa, mis dos únicos amigos españoles en la empresa-. Es cierto, encontré tráfico, pero no tardé más de 40 minutos en llegar a CDG montada en un taxi con música árabe a todo volumen, bajo el cielo encapotado de París.
Llegué con mucho tiempo y, menos mal, había un follón inarrable porque TODAS las máquinas de check-in estaban averiadas.
Cola para facturar.
Cola para pasar el control.
Y una vez dentro ojeé las tiendas, compre la cena -una sorpresa para Loren- y tomé café en un sitio agradable llamado EXKI.
Y por el camino me enamoré de unas gafas de sol y tuve que comprármelas, llevaba tiempo detrás de unas y nada terminaba de convencerme. Me escondí el resto de la tarde, retraso de hora y media includo, detrás de ellas.

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