lunes, 22 de diciembre de 2008

Lotería de Navidad, ¿en qué te gastarías el premio si te tocase?

Mi prima nació el día de la lotería de Navidad y, en mi casa, siempre hemos dicho que ya nos tocó el gordo ese día y no esperamos que nos toque mucho más. Durante mucho tiempo, no compré lotería, hasta que un año tocó en mi oficina -no el gordo, un premio pequeño- y yo no llevaba nada -aunque un premio pequeño, qué se yo, de 300 euros en esa época, me parecía un potosí- y me hice la promesa de que no volviera a pasarme nada similar. De eso hace cinco o seis años quizás y desde entonces compro lotería del trabajo y me intercambio con mis mejores amigas, mi padre y mi prima -el premio gordo de la familia-.
Tengo todos los recuerdos del comienzo de las navidades de mi infancia, asociados al sonido de la lotería. Ya fuese en el coche cruzando España -cuando éramos pequeñas y no vivíamos en Santander, el 22 era un día muy habitual de estar viajando en el coche, con mal tiempo y muy cargados, camino de la tierruca para ver a la familia- o en en casa con la tele puesta desde las 8 de la mañana y la radio a ratos, para escuchar cómo iban cubriendo la información de los premios en cada rincón de España dónde hubiese llegado la alegría de la lotería.
En España, que somos muy de celebrar, da lo mismo que te hayan tocado 20 euros que 3 millones de euros, lo primero que hacemos es salir al bar -o a la calle- a compartir nuestra alegría y brindar con todo el que pase. Y a mí me encanta ver a todos esos españoles felices, brindando encantados con su premio -ya sea el gordo o el reintegro- contando a las cámaras que ese dinero lo van a invertir en "tapar agujeros" o, lo que más se repite a día de hoy, en pagar la hipoteca.
Y cada año las mismas conversaciones: ¿tú en que te lo gastarías?. Bueno...yo siempre he dicho que en pegarme un buen homenaje de viaje, uno de esos que sería imposible hacer de otro modo. Ir a conocer islas remotas, a recorrer sudamérica, a Japón, qué se yo. Y quizás dar la entrada de una casita pequeña, de una planta, que tuviera un amplio prao, cerca del mar, no lejos de la montaña, con chimenea, con espacio para cultivar mis tomates -que en la maceta no me crecen mucho, los pobres- donde poder sentirme relajada, tranquila, tener mi espacio, escribir, y quizás ver corretear a mis garbancitos...
Pero no por mucho elucubrar va a cambiar la realidad: este año no me ha tocado ni una mísera devolución.

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