miércoles, 22 de octubre de 2008

Lo bueno si breve…¿o no?.

Sólo he estado un fin de semana, pero me hubiera quedado un mes disfrutando de las vistas inigualables del Faro de Finisterre, de la absoluta soledad del Faro de Finisterre, del incesante sonido del mar y del viento del Faro de Finisterre, de la sencilla pero cálida habitación del Faro de Finisterre, de la inexistente cobertura del móvil en el Faro de Finisterre.
Me vuelven loca los faros desde siempre. Me encanta visitarlos, me parecen lugares mágicos que hacen que me sienta en paz. Cuando hace como seis meses –quizás un poco más-, en la peluquería, leí un artículo titulado “Dormir en un faro”, me encantó la idea. Hoteles situados en faros: ¿cómo resistirme?. No tenía el recorte –no lo robé, vamos- y lo busqué a través de Internet, como en Internet está todo o casi todo, encontré en enlace. El artículo remitía a varios emplazamientos alrededor del mundo, pero mis sueños, de momento, si quería verlos cumplidos, tendría que ser en España, tampoco me he vuelto loca de repente.
Así que me quedaban dos: el de Finisterre en Galicia y el de Sant Sebastià en Gerona. Los dos lejísimos: hice la prueba del algodón y resultó que el de Finisterre era mucho más barato. Además, el emplazamiento, me resultaba mucho más mágico: exactamente en el lugar donde antiguamente se creía que se terminaba el mundo.
Me costó bastante reservar, porque tiene sólo 5 habitaciones, pero al final, lo logré, para octubre, para un fin de semana.
El viaje Madrid-Finisterre en coche son unas 7 horas y media. A la altura de Benavente, ya estábamos cansados, pero el esfuerzo realmente mereció la pena.
Cuando llegamos al pueblo costero que es Finisterre era completamente de noche. Y el Faro, aun marcaba a tres kilómetros y medio cuesta arriba y sin una sola luz.
“Finisterre” dijo él “Finismundi, le debían hacer puesto” “Qué digo el Fin del Mundo, esto es el Fin del Universo”.
Aparcamos en el parking público a la entrada, rodeados de mar por todos sitios, bajo el diluvio y con la única luz del faro, iluminándonos, un rato sí, un rato no. Justo delante del coche, una enorme cruz casi blanca se iluminaba al pasar la luz del faro. Nubes, ni rastro de la luna.
Casi a tientas encontramos el timbre, entre telarañas.
“Joder, esto está pasando de ser un plan romántico a ser del todo siniestro”, dijo él. Me reí, y le devolví el beso, aunque estaba empezando a preocuparme. Pensé que me había equivocado de dirección, pensé que no era allí, pensé que eran las once la noche de un viernes lluvioso en el fin del mundo y no teníamos dónde dormir. En lo que tardaron en responder al timbre, tuve tiempo de descubrir que no había cobertura en el móvil, lo que me causó un desasiego incontrolable.
Pero…una voz amiga con acento gallego respondió, nos invitó a meter el coche dentro y nos acompañó a una habitación que rozaba el cielo y desde la que se veían un paisaje increíble y a cenar algo rápido.
El amanecer nos mostró un panorama completamente diferente. Hay cosas que no se pueden explicar con palabras, mejor enseñarlas:

Resumen: os lo recomiendo un montón. El hotel es sencillo, pero el entorno merece del todo la pena.
Ah, y el sábado fuimos a comer a un pequeño lugar encantador, llamado A Casa da Crega, situado en Caldebarcos, sugerencia de Aída, donde nos atendieron maravillosamente bien, y comimos todavía mejor. Si pasáis cerca, no os lo perdáis. Gracias, Aída.

1 comentario:

Unknown dijo...

Tomo nota...
Merci!!!