jueves, 8 de mayo de 2008

Tuneo de pies

No soy yo muy de tunearme.
Pero tenía una boda, me iba a poner sandalias sin medias – más tarde descubriera que era yo la única osada joven que me atrevía a ir sin medias a una boda el primer fin de semana de mayo- y quería impresionar a mi acompañante, así que me dije: voy a hacerme la pedicura.
Lo decidí el lunes y llamé a un par de peluquerías con servicio de estética que conocía. Imposible, no podían darme hora en toda la semana.
Extrañada, contacté con mi madre que me pasó los números de dos sitios más. Nada, estaban completos hasta el jueves.
Pensé que todo Madrid se me había adelantado y que madrileñas y madrileños, ante la inminente llegada del buen tiempo, y de las bodas, bautizos y comuniones del mes de mayo, se habían echado a los brazos de las esteticienes para ponerse guapos.
Estaba a punto de desistir, pero hablé con una amiga, que vive cerca de mi casa, por si tenía alguna alternativa. Y la tuvo. Me dio el teléfono de The Nail Concept. Me sonaba, de haberlo leído en alguna revista – y seguro que no fue en Actualidad Económica-.
Llamé y me atendieron muy amablemente, además de la pedicura me aconsejaron hacerme la manicura básica y me citaron para el martes a las 17.30h de la tarde – pero sea puntual, para que nos de tiempo-. Tenía que escaparme antes de la oficina para poder llegar a mi cita en la calle Velázquez, pero no me importaba, ya estaba dispuesta a cualquier cosa.
El martes llegó y al salir de la oficina, me calcé las zapatillas de deporte que llevo en el coche, primero, para poder correr desde el aparcamiento hasta el local, y segundo, para que no me hicieran rozaduras los zapatos después de la sesión. Me las puse con el pantalón de traje, y no fue hasta que no estaba caminando a paso ligero por General Oraa –y al cruzarme con dos adolescentes rubias de faldas tableadas de colegio y cuerpos perfectos de 17 años- que me di cuenta de la pinta tan terrible que llevaba, pero ya no tenía remedio, así que apreté el paso y no me miré en más reflejos.
El local era un bajo y tuve que hablar con el portero de la finca antes de entrar a mi cita. Velásquez, portero de finca. En mi cerebro sumé los euros de golpe: esto iba a salirme por un pico.
Bajé las escaleras de dos en dos, sobretodo porque ya llegaba 15 minutos tarde, como siempre. Me abrieron la puerta y con el ímpetu de mi entrada tropecé con el escalón y me caí. Para empezar, no podía ir peor. La encargada del negocio – alta, rubia, delgada, con cara angelical y sonrisa perfecta- casi se desmaya del susto que le di, pero se recompuso en un segundo, me ofreció algo de beber - ¿me lo van a cobrar?, pensé yo – y me dijo que en seguida me atendería mi asesora.
¿Mi asesora? Pero yo he venido a hacerme los pies, oiga, no la declaración de la renta.
El caso es que en menos de 2 minutos me habían metido en una espaciosa cabina, sentado en un sillón relax que me masajeaba la espalda e introducido los pies en un compartimento especial de la silla, que era como un pequeñísimo jacuzzi para pies. Y me habían traído una botellita de agua helada, el Hola y el Woman. Estaba algo nerviosa porque no iba a salirme por un pico, si no por más.
La flota de asesoras era un enjambre de mujeres, todas pequeñitas, sencillas y discretas. Vestían uniformes de color fucsia y al menos la mía fue tan silenciosa y agradable que apenas me enteré que estaba allí, mientras yo leía, entretenida, que la Pantoja sigue enamorada de su Julián.
Tardaron algo más de una hora en ambas tareas. Fue súper-relajante y cómodo. Nada que ver con la última vez que recordaba haber tenido los pies metidos en un barreño de agua todo menos tibia y que me dolía la espalda porque no cogía postura. De hecho, el tiempo se me pasó volando y cuando quise darme cuenta tenía la tarjeta de crédito en la mano y me disponía a pagar. En el mostrador descubrí que cada clienta tiene su propia asesora y que la bebida que me habían ofrecido estaba dentro del precio.
Me cobraron 25 euros por los pies y 13 por las manos. Eché un cálculo mental rápido: 2 euros más en cada servicio que en la peluquería de mi barrio -la bebida, claro-.
Y salí de allí más contenta que unas pascuas.
Me hicieron una ficha de clienta, con mis datos personales, como había llegado hasta allí – por una amiga, ya lo dije, gracias R, siempre conoces los mejores sitios – y con una casilla que decía “Cliente puntual” o “Cliente potencial”. Marqué sin duda potencial. Tengo otra boda en junio y yo creo que voy a tener que ir a mi asesora Clara a que me de un repasito. Si es que para todo, hay que ir a los especialistas, os lo recomiendo.

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