jueves, 7 de mayo de 2009

Despedidas...y acelerones

Era yo la que no creía en las despedidas, a pesar de una infancia de mudanzas, viajes, idas y venidas. Era yo la que pensaba que, como algunos amores eternos que duran lo que dura un corto invierno, hay amistades que perduran lo que perdura la memoria.
Y fui yo la que me sorprendí a mi misma con el corazón partío la última vez que cambié de empresa. Dejaba un equipo excepcional, una agencia que me gustaba, un trabajo que me apasionaba y un jefe que me enseñaba algo cada día. Cuando me despedí de él en su despacho, pensé que no tendría un jefe igual nunca en mi vida y que quizás, solo quizás, esos días de aprendizaje sin límite habían terminado, y que quizás, sólo quizás, nunca me volvería a divertir así en el trabajo, y que quizás, sólo quizás, me arrepentiría de mi decisión demasiado tiempo.
Pero yo soy de las que dicen si a los cambios, de las que miran para delante para evitar ese vértigo que produce echar la vista atrás y de las que siempre acelera cuando vienen curvas.
Empecé un trabajo nuevo en una oficina fría en la que apenas se oía un murmullo, rodeada de gente mucho mayor que yo, que apenas si levantaban los ojos de la pantalla del ordenador para ojearme con caras de curiosidad: ¿qué hacía una periodista de 26 años entre un montón de atareados empleados farmacéuticos, médicos, economistas y marketinianos de mediana edad con perfil de funcionarios?. Ahora sé que empezaba a cambiar mi vida, pero en ese momento no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Ya casi ni me acuerdo de esos meses estresantes que provoca el cambio, de la incertidumbre que te acompaña en todo lo que haces, de la primera reunión, la primera entrevista, la primera sesión de fotos, y la primera cagada, porque han pasado cuatro años y parece que hubiera sido una vida entera.
Y, en contra de algunas de las cosas que yo creía, he vuelto a tener el gusto de trabajar con un equipo que me gusta, he vuelto a tener una jefa que me enseña algo nuevo cada día (y la suerte, además, de que ella no es la única persona de mi entorno laboral que me enseña algo cada día), he vuelto a reírme a carcajadas en el trabajo y vuelvo a tener el corazón partío cuando pienso en los seis meses que pasaré en la central, lejos de mi mesa, de esas miradas cómplices y de esas risas incontrolables.
Pero París me apetece mucho, y fiel a mi estilo, estos días, cada vez más cerca de la despedida, y sobretodo por las mañanas –tengo un tiempo concreto para cada sensación-, cuando me entra el vértigo de mirar al acantilado: acelero.

1 comentario:

Unknown dijo...

Acelera suave. Los cambios siempre producen vèrtigo. Empapate de las buenas vibraciones y mira siempre hacia adelante, tu tono vitalista no creo que te deje fracasar. Espera solo un segundo cuando el cielo este gris, no pienses que vaya a caer una tormenta, seguro que si te fijas bien veras una hilo de luz que se escapa de la niebla. Recuerda que los malos momentos pasados enriquecen el triunfo final y, una vez superado, puedes gritarles con tu mejor sonrisa que les has vencido.