Estoy entre las personas más jóvenes de mi empresa, así que cuando llegan las revisiones médicas anuales soy la única que no está amargada pensando en que le van a sacar de todo.
Tuvieron el detalle de hacernos las pruebas antes de las navidades, para que al menos no nos hubiéramos puesto hasta las cejas de comer, beber, y desfasar. Si nos las hubieran hecho en enero, hubiese sido peor todavía.
Los resultados nos los han dado a primeros de año, y llevamos una semana con caras largas: colesterol por las nubes, hipertensión, sobrepeso, y un montón de fantasmas más acechan a la mayor parte de mis compañeros, conscientes de que como mínimo les va a tocar hacer una dieta baja en grasas.
Los días de revisión médica de la empresa me recuerdan mucho a las revisiones del colegio: todo el mundo paseando con el bote de los análisis en la mano como si no fuera orina. El que no quiere que le pinchen. El que miente a la propia báscula. El que se desmaya al sacarle la sangre. Hasta el que utiliza los resultados de su hijo de 14 años para que no le de positivo en marihuana, y le da en marihuana, y en cocaína…
El mejor momento, el único que valía la pena de niños, y que se repite ahora: el desayuno.
Como los análisis hay que hacerlos en ayunas –cosa que no me explico, te pueden operar las varices con láser, y verte las úlceras con una micro-cámara que te entra por la boca y recorre tu cuerpo, pero seguimos teniendo que ir a sacarnos la sangre en ayunas, después de haber hecho pis en un bote, pero este será otro post- esto te da licencia para salir a desayunar al bar a las 11.00h. de la mañana, comerte una tostada, un zumo, un dónut de chocolate y un café con leche y bien de azúcar, y tan tranquilo…¡¡¡como te han pinchado, da lo mismo ponerte como el tito!!!. Hasta los clásicos calienta-sillas que hay en todas las oficinas salen a desayunar el día de la revisión.
Durante las pruebas me di cuenta que soy un poco más ciega del ojo derecho –herencia de mi padre-, porque de lejos, con el ojo derecho, no veo tres en un burro. Bueno, lo que veo es la mancha de los tres, y del burro. El izquierdo, que es mi ojo listín, ve por los dos. Y el pobre es el currante del departamento porque el derecho cada vez está más acomodado sin hacer nada.
La situación me es familiar: uno curra por todo el equipo, mientras que el otro está abonado a la ley del mínimo esfuerzo, y todavía tiene la cara dura de decir que está cansado, porque cuando me duelen los ojos, me duelen los dos, y hasta se me enrojece más el vago. Así están las cosas.
En los resultados, además, me dijo la doctora de la empresa que soy hipotensa –herencia de mi madre-, y que deje de levantarme la tensión a base de cafés. Me recomendó que cuando me de el bajoncillo, me coma una aceituna rellena. Yo pensé “Mmmmm, qué cosa más útil, una aceituna rellena, y ¿qué hago?, ¿me meto un bote en el bolso?”. Alternativa: una corteza de maíz, que no sé ni lo qué es.
Total, que como tengo todo bien, excepto lo de mi adicción al café y la tensión baja de fábrica, y no me puede poner a dieta, ni mandarme dejar de fumar, o hacer más ejercicio, pues lo que me toca es dejar el café –uno de mis pocos vicios, lo siguiente que deje el sexo-, y entregarme al vicio de las aceitunas rellenas de anchoa. Seguro que el año que viene esta nueva adicción tiene alguna contraindicación: según he leído, retención de líquidos, exceso de peso, insuficiencia cardiaca. Eso por lo menos.
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