domingo, 20 de enero de 2008

La revisión médica de la empresa

Estoy entre las personas más jóvenes de mi empresa, así que cuando llegan las revisiones médicas anuales soy la única que no está amargada pensando en que le van a sacar de todo.
Tuvieron el detalle de hacernos las pruebas antes de las navidades, para que al menos no nos hubiéramos puesto hasta las cejas de comer, beber, y desfasar. Si nos las hubieran hecho en enero, hubiese sido peor todavía.
Los resultados nos los han dado a primeros de año, y llevamos una semana con caras largas: colesterol por las nubes, hipertensión, sobrepeso, y un montón de fantasmas más acechan a la mayor parte de mis compañeros, conscientes de que como mínimo les va a tocar hacer una dieta baja en grasas.
Los días de revisión médica de la empresa me recuerdan mucho a las revisiones del colegio: todo el mundo paseando con el bote de los análisis en la mano como si no fuera orina. El que no quiere que le pinchen. El que miente a la propia báscula. El que se desmaya al sacarle la sangre. Hasta el que utiliza los resultados de su hijo de 14 años para que no le de positivo en marihuana, y le da en marihuana, y en cocaína…
El mejor momento, el único que valía la pena de niños, y que se repite ahora: el desayuno.
Como los análisis hay que hacerlos en ayunas –cosa que no me explico, te pueden operar las varices con láser, y verte las úlceras con una micro-cámara que te entra por la boca y recorre tu cuerpo, pero seguimos teniendo que ir a sacarnos la sangre en ayunas, después de haber hecho pis en un bote, pero este será otro post- esto te da licencia para salir a desayunar al bar a las 11.00h. de la mañana, comerte una tostada, un zumo, un dónut de chocolate y un café con leche y bien de azúcar, y tan tranquilo…¡¡¡como te han pinchado, da lo mismo ponerte como el tito!!!. Hasta los clásicos calienta-sillas que hay en todas las oficinas salen a desayunar el día de la revisión.
Durante las pruebas me di cuenta que soy un poco más ciega del ojo derecho –herencia de mi padre-, porque de lejos, con el ojo derecho, no veo tres en un burro. Bueno, lo que veo es la mancha de los tres, y del burro. El izquierdo, que es mi ojo listín, ve por los dos. Y el pobre es el currante del departamento porque el derecho cada vez está más acomodado sin hacer nada.
La situación me es familiar: uno curra por todo el equipo, mientras que el otro está abonado a la ley del mínimo esfuerzo, y todavía tiene la cara dura de decir que está cansado, porque cuando me duelen los ojos, me duelen los dos, y hasta se me enrojece más el vago. Así están las cosas.
En los resultados, además, me dijo la doctora de la empresa que soy hipotensa –herencia de mi madre-, y que deje de levantarme la tensión a base de cafés. Me recomendó que cuando me de el bajoncillo, me coma una aceituna rellena. Yo pensé “Mmmmm, qué cosa más útil, una aceituna rellena, y ¿qué hago?, ¿me meto un bote en el bolso?”. Alternativa: una corteza de maíz, que no sé ni lo qué es.
Total, que como tengo todo bien, excepto lo de mi adicción al café y la tensión baja de fábrica, y no me puede poner a dieta, ni mandarme dejar de fumar, o hacer más ejercicio, pues lo que me toca es dejar el café –uno de mis pocos vicios, lo siguiente que deje el sexo-, y entregarme al vicio de las aceitunas rellenas de anchoa. Seguro que el año que viene esta nueva adicción tiene alguna contraindicación: según he leído, retención de líquidos, exceso de peso, insuficiencia cardiaca. Eso por lo menos.

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