martes, 15 de enero de 2008

Adicciones

Soy una adicta al teléfono móvil. Yo le echo la culpa a Madrid. Una ciudad como ésta, me digo, no fomenta las relaciones interpersonales, por eso soy adicta a los sms, a las llamadas y a los e-mails. Una esclava de las nuevas tecnologías que permiten interrelacionarse con los demás. Pero la realidad es que tengo una necesidad constante de contar a los demás lo que hago, lo que siento, soy una exhibicionista de mis propios actos. Acostumbrada a estar rodeada de mi gente, he crecido con oídos dispuestos a escucharme siempre, con ojos que me miraban atentamente y con brazos que me estrechaban amablemente. Por eso, cuando me ha faltado esa atención, he escrito diarios, cartas, relatos.

Soy una adicta a la cafeína. Nunca me gustó como sabía el café, pero a fuerza de tomármelo, me he enganchado y ahora si no me tomo mi chute por la mañana, no soy capaz de arrancar. Soy muy consciente de que una adicción bastante psicológica, pero no me importa. He pasado el mono de la coca-cola, y ahora la consumo de manera controlada y discreta.

Soy una adicta a los discos de Sabina. Me sé todas sus canciones. Es la banda sonora de mi vida. No puedo imaginarme la vida sin él, y sin su música. A veces alterno esta adicción con otras locuras musicales transitorias, véase: Maná, Shakira, Mecano, Pereza, Julieta Venegas, Bebe, Hombres G, Estopa, Beatles, Los Rodríguez, Antonio Vega, Luz, Antonio Flores, (entiéndase esta lista como una enumeración de cabeza, desordenada, como mi cabeza, aleatoria, y dispersa en el espacio y en el tiempo). Pero todas ellas juntas, no pueden competir con la locura de por vida que Sabina representa para mí.

Soy una adicta a los medios de comunicación de masas, a la información, a la letra impresa, a la radio, a los telediarios, a Internet, a todo aquello que me proporcione información sobre el mundo que me rodea. Por eso devoro los periódicos, impresos y on-line, las revistas de todo tipo, consumo noticias de manera sucia y rápida, y me engancho a la actualidad...estoy empezando a controlarlo, y como terapia, me autoimpongo no consumir información en vacaciones y tratar de evitarla los fines de semana. Es el único modo de descansar de mí misma.

Soy una adicta a gustar a los hombres. Es un asco no gustarle a nadie. Pero aunque parezca mentira, es un asco gustarles a todos, porque el día que no le gustas a uno, piensas que has hecho algo mal, y por que la fuerza de la costumbre de ser mirada y admirada convierte cualquier otra situación en rara. Nunca me ha gustado un hombre que no se haya fijado en mí, o más bien, nunca ha habido un hombre que no se haya fijado en mí, si él me gustaba. Resultado: tengo un miedo al rechazo del tamaño de una catedral y no sé estar sola, como he explicado antes. Al menos creo que no soy bisexual, porque esto complicaría las cosas aun más. Debo decir, que me he enganchado de un tío seis veces en mi vida. Al principio de mi padre, el hombre de mi vida; A los 13, de mi primer novio, como una niña (la niña que era); a los 19 de un compañero de mi primer trabajo, como una mujer (como la mujer que empezaba a ser); a los 21 de mi segundo novio, como una amante (como la amantísima amante que fui por primera vez); a los 24 de un amigo, como una amiga (un colega de profesión, que se convirtió en amigo); a los 25 de mi jefe, como una incrédula (la incrédula en la que empezaba a convertirme). El 6 ha sido mi número favorito desde el principio de los tiempos, pero esto no tiene nada que ver.

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