sábado, 2 de febrero de 2008

El móvil lo inventó una madre

Sólo hay tres situaciones en la vida en las que apago el móvil, siendo como soy una adicta al aparatito.
La primera es en la piscina cubierta. Traté de llevarlo un día, pero no causó buena imagen, y corre peligro de mojarse, así que ahora lo dejo apagado en la taquilla.
La segunda, en el avión. Esto es por obligación. Todos hemos experimentado lo entretenido que es ir hablando en un trayecto en tren, o en autobús, así que en el avión sería una distracción estupenda, pero no se puede. En cuanto te montas, y cierran las puertas, viene la señorita azafata (actualmente conocida como auxiliar de vuelo) y o lo apagas o te echa del vuelo. Generalmente, para hacerte más pressing, es antipática, así que lo apago.
La tercera, cuando me estoy cortando el pelo, haciendo una limpieza de cutis o dándome un masaje. Especialmente esto último. Me relajo en muy pocas ocasiones y cuando la relajación me cuesta 48 euros la hora necesito que sea total: esto implica, sin acceso al móvil.
Por lo demás, no lo apago en las reuniones, ni en el cine, ni durante las comidas, ni para dormir. Nunca.
Hace tiempo que tengo claro que el móvil, al que estoy enganchada como otros muchos humanos, lo inventó una madre. La misma que podría aparecer en la discoteca light a las 22.45h. para ver qué tal te había ido la noche -"Pero mamá, no habíamos quedado a las 23.00h. en el Ayuntamiento"-.
La misma madre que podía llamarte a cualquier hora del día -o de la noche- a casa de tu amiga María del Pilar para preguntarte si te habían tomado el jarabe de las lombrices. La misma que atravesaba el patio del colegio dando voces porque "Hija, que cabeza, te has dejado las galletas de fibra en casa, y si no las meriendas, ya sabes, luego te desmayas en la clase de kárate y pasas toda la semana estreñida".
Esa madre, en conjunción con otras tantas del mundo -sin importar época o nacionacionalidad, porque una madre es una madre aquí y en Lima- es la ideadora del teléfono móvil.
Un aparatito de reducidas dimensiones que no sólo cabe en cualquier bolsillo, si no que además, "mola". Y lo más importante permito localizarte allá dónde estés, sea la hora que sea, y sin escapatoria. Porque ya no cuela que tu amiga Maria Pilar le diga que estás en el baño y que no te puedes poner.
Yo, como casi todo el mundo, tengo una de esas, una madre. La mía, al tercer día de no saber nada de mí, funde el móvil de tanto llamarme.
Si por casualidad coincide con alguna de las situaciones anteriormente descritas y mi teléfono está apagado o fuera de cobertura, entra en pánico.
Así que ayer cuando estaba en la camilla disfrutando de una limpieza de cutis de a 30 euros la hora, no me extrañó nada que entrase la peluquera, con cara de guasa, a interrumpir mi relax.
"Cris, que ha llamado tu madre, que no te quiere molestar en el móvil, que lo tendrás apagado, dice, pero que te quería recordar que llames a tu abuela".
El resto del tratamiento ya lo pasé dándole vueltas a la cabeza.
Cualquier día en mitad del puente aéreo, el simpático sobrecargo dirá por los altavoces: "Cristina, que ha llamado tu madre, que no te quiere molestar en el móvil, pero que la llames y le digas si esta noche quieres cenar judías verdes o sopa".

1 comentario:

Mangamoncio dijo...

Los teléfonos móviles deberían desaparecer de la faz de la tierra... ¿Es que nadie piensa ya en el funesto destino de aquellas maravillosas cabinas de teléfono? Además, ¿quién quiere estar constantemente localizado?