lunes, 18 de febrero de 2008

Hasta las cosas que me gustan pueden resultar odiosas

Uno de mis momentos favoritos de la vida, es estar tumbada en la cama, con la única luminosidad de los pequeños rayitos que deja entrar la persiana, medio-dormida, medio-despierta, escuchando llover. Porque soy de las pocas personas que adora los días de lluvia, como suenan, sus colores, y sus aromas.

El lunes estaba disfrutando de uno de esos momentos cuando sonó el despertador. Llevo fatal madrugar, pero no me queda otra. A pesar del madrugón, me puse contenta, “lunes, lloviendo, y tengo que llevar el coche al taller”. Y salí de casa como unas castañuelas camino del polígono.

Me gusta llevar el coche al taller yo misma, aunque sigo sin enterarme de muchas cosas de las que me dicen y aunque los mecánicos siempre me hablen como si fuera tonta. No me importa.

Una vez allí, aparqué el coche e hice algo que no suelo hacer nunca: correr. Porque vi que estaban abriendo y quería llegar al taller la primera, y esperar menos tiempo. No llevaba recorridos ni 50 metros cuando me resbalé con una de las rayas blancas del suelo y me caí… primero de rodillas, y después de culo. A primera vista, todo el pantalón embarrado. A segunda vista, tres mecánicos de menos de 25 años muertos de risa, porque la caída, desde fuera, debió ser de lo más cómica.

“Bueno” me dije tras recomponer mi herido orgullo “por lo menos he llegado la primera al taller”. Eran las 8.30h.

No recuperé el coche hasta las 15.00h, y durante esas horas continúe en el polígono, sin poder salir de allí de ninguna forma, con el trabajo acumulándose en mi mesa de la oficina, bajo la lluvia y sobre los charcos. Cuatro cafés en el cuerpo.

Madrid se pone imposible cuando llueve, y no suele importarme, pero me costó un montón cruzar la ciudad, y llegar a la oficina. Así que, cuando a las 20.00h me dispuse a volver a casa, y vi que solamente chispeaba, me dije “Mmmm, pues voy a caminar hasta casa, un poco de aire me irá bien, y no pasaré dos horas en el atasco”. Como no llovía apenas, me puse el chubasquero, pero no cogí el paraguas. Por supuesto, a los 10 minutos de estar andando por la acera, estaba diluviando. Llegué a mi piso una hora después, completamente empapada y dos días después estaba con fiebre en la cama.

Mis amigos siempre se quejan de lo mucho que me gusta la lluvia, y lo contenta que me pone. Ya me imagino sus caras: “Para que luego digas que te encanta la lluvia. Pues toma lluvia”.

3 comentarios:

Unknown dijo...

A mi también me encanta la lluvia.
Y la nieve, como hoy...

Queen Galadriel dijo...

El olor y sonido de la lluvia son un placer. Lástima que vivo en Gran Canaria y nunca llueve demasiado como para poder ponerme botas de agua y chubasquero, lo de aquí es más bien una lluvia que molesta, suele llover flojito durante un rato y ya está. Cuando llueve se agradece mucho. Un saludo!

Cris dijo...

Algún día hablaré de los chubasqueros, una de mis prendas favoritas. Y del "calabobos", una lluvía flojita que tenemos en Santander, similar a esa que teneis en Canarias.