jueves, 18 de junio de 2009

Una joven castora en transporte publico

Si alguna vez me he quejado de un aeropuerto español, probablemente era ordenado, limpio, cómodo de trato amable al compararlo con Orly: el aeropuerto de Paris es un caos permanente, siempre hay unas colas insoportables, prácticamente te desnudas en el control y te tratan como un borrego en el mejor de los casos.
Suelo ir a Orly porque esta más cerca que Charles De Gaulle.
Si bien es cierto que a Charles De Gaulle he ido un par de veces y tampoco me ha parecido para tirar cohetes.
Hoy que por fin empezaba a enterarme un poco de que iba mi trabajo nuevo, he tenido que volar a Barcelona, a una formación interna de RRHH de mi empresa… de uno de esos programas de desarrollo del talento para jóvenes promesas de la cantera corporativa.
Como si yo fuera Cristiano Ronaldo.
Como si fuera tan joven.
Como si el talento se aprendiera con solo desearlo.
En broma, nosotros le llamamos el programa de Jóvenes Castores y, sin duda, yo hoy parecía un boy scout, con mi mochila vieja de thimberland al hombro, zapatillas beiges deportivas, y vaqueros: mi nueva condición de usuaria del metro hace que haya perdido el poco glamour que tenía.
Jugar a la ejecutiva agresiva es difícil cuando viajas en transporte público arrastrando tus maletas.
Mientras esperaba en Orly me he probado tantas colonias en el Dutty Free que no creo que me saque la mezcolanza de olores dulzones en por lo menos dos duchas. Para colmo, no he comprado ninguna.
Lo único que me hace verdadera ilusión de este viaje relámpago a Barcelona es que voy a poder ver a mi alter ego y tengo tanta necesidad de reírme con él; sobretodo de reírnos hasta que nos duelan las mandíbulas y las panzas, pero también de analizar juntos las ultimas novedades de la empresa, contarle que en Francia me siento tonta ciega y sordomuda pero a gusto al mismo tiempo. Dejar que me cuente como es trabajar sin mí en el departamento en España.
Contarle que me cuesta permanecer quieta en mi despacho.
Contarle que, a veces, en el pasillo hay un silencio tan sepulcral que parece que este sola.
Contarle que todo es tan blanco y tan de cristal, que cuando llego por la mañana siento que entro a un hospital.
Y que veo q todo el mundo tan callado que pienso que están hospitalizados.
Contarle que cuando me reúno con Pedro por las mañanas a hacer Spanish Corner, alrededor de las 10.30h, hablamos alto y nos reímos fuerte y algunos nos miran como si no estuviéramos respetando el silencio de la sala de espera del hospital.
Y que yo quisiera explicarles que los jóvenes castores como yo, no están hechos para sentarse en una sala de espera hasta que les llegue el turno de hospitalización.
Los jóvenes castores como nosotros viajamos en metro con nuestra mochila vieja al hombro, hablamos alto, cantamos a plano pulmón y reímos fuerte hasta que nos duelen las mandíbulas y las panzas.

1 comentario:

Olga dijo...

Ayssssss, yo tengo mi propia opinión sobre Orly.
La verdad es que no eres la primera que me comenta esos ambientes de trabajo. Pero bueno, necesitan un toque español, para ver que hay vida más allá de la pintura blanca y el cristal.