Cuando yo no estoy en casa, él cena una bolsa de pistachos, una tableta de chocolate o leche con galletas.
Cuando tenemos la suerte de estar los dos al mismo tiempo en casa, nos olvidamos de colgar la ropa en el tendal, de recoger mis trajes del tinte o de comprar leche. Todas estas cosas pueden llegar a darse incluso juntas al mismo tiempo.
Pero la idea estaba ahí, y de vez en cuando hablámos de ello: por encima, sin darle importancia, como cualquier otro plan sin fecha de caducidad.
Yo me vine temporalmente a vivir a París, y después de mucho tiempo sin tener sensación de tranquilidad, pasamos juntos y solos una semana de vacaciones entre Santander y Ruiseñada. Y fue en esas vacaciones cuando por fin lo decidimos: íbamos a intentar tener un hijo.
Yo eché mis propios cálculos, teniendo en cuenta que hasta final de este año nos íbamos a ver un fin de semana al mes, y que estas cosas siempre tardan unos meses...quizás para el año que viene por estas fechas hubiéramos podido conseguirlo.
Las vacaciones fueron maravillosas, relajadas, y las disfruté muchísimo. Y reímos mucho ante la idea de tener un bebe, hicimos todo tipo de cábalas.
El 3 de agosto estaba de vuelta en un más que caluroso París.
Lo que menos pensaba en ese momento era que ya no hice el viaje de vuelta de las vacaciones sola. Ya estaba embarazada de un par de semanas.
Un test de embarazo confirmaría en correcto en francés en el salón del Nidito parisino que estaba "encinte" unas semanas después.