martes, 22 de junio de 2010

Para lo que no estaba preparada

Estaba preparada para tener un bebé, pero no para todo lo demás.
Lo difícil no es el embarazo, es esa sensación de que tu cuerpo ya no es del todo tuyo porque tienes que comer, pasear, dormir, descansar, no beber, no estresarte, pensando en una persona que no eres tú, y a la que ni siquiera conoces.
Lo duro no es el parto, es ese revolotear de gente desconocida que te mueve de un lado a otro, te clava agujas, te explora, te pide esfuerzo, te empuja, te aprieta, te habla en un idioma raro, sin ser tu muy consciente de lo que estás haciendo ni diciendo, eso si, lo estás haciendo y diciendo obediente como un preescolar bien domado.
Lo extraño no es dejar de tener “vida de pareja”, es que tu pareja ha dejado de ser lo que conocías hasta ese momento: lo que antes llamabas intimidad ha dejado de tener sentido, porque tu pareja, en este caso, el padre de tu hija, ha visto, conocido y compartido intimidades que ni siquiera sabías que existían, y cada centímetro de tu piel tiene ahora un carácter diferente, a sus ojos y a los tuyos.
No tener vida social parece, antes de tener un bebé, uno de los peores problemas a los que te vas a enfrentar, pero lo complicado es dejar de tener “tu” vida social, la que te gustaba, la que te llenaba, la que te estresaba pero habías elegido tú, para dar paso a una nueva vida social, llena de compromisos que a veces te apetecen y a veces no, llena de visitas programadas y de visitas sorpresa (que en más ocasiones de las que puedas pensar coinciden entre ellas, claro), con gente con la que apenas has intercambiado dos palabras antes de ahora, de repente interesada por detalles incomprensibles de tu nuevo estado.
No saber nada de nada sobre lo que le pasa a esa nueva y pequeña persona que ahora vive contigo es desconcertante, pero a esa incertidumbre se suma lo que es quizás más irritante, que todo aquel que está en un radio de 100 kilómetros a la redonda parece saberlo mejor que tú, ya sea tu madre, tu suegra, tu vecina, la dependienta del supermercado o esa señora que te encuentras en la farmacia.
Y lo más duro es darte cuenta que de repente tienes que dar cuentas de todo, estar siempre localizable, no tener una pizca de vida interior ni un resquicio de pensamientos secretos, porque aunque quieras continuar siendo la misma de siempre, ser independiente, ir y venir, tomar tus propias decisiones, ya no puedes, porque esas decisiones ahora implican a, al menos, otra persona, si no son dos, y de rebote a, al menos, dos familias, y ahora te das cuenta que no puedes marcharte sin más de casa a pasar un día entero perdida de tiendas, ni coger el coche y desaparecer unos días en algún hotelito ideal de una ciudad apasionante. Ahora eso es imposible, porque no sólo una pequeña y encantadora persona depende de ti, es que además, hay un montón de ojos pendientes de todos tus movimientos.

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