lunes, 29 de septiembre de 2008

Hoy querría dedicarme a otra cosa

El sábado fui de sorpresa a una despedida de soltera a Toledo. La despedida de mi amiga Lou. Digo de sorpresa, porque ella ya creía que no iba a ir, llegué más tarde que el resto y ya me daba por perdida. A ella le hizo un montón de ilusión y a mí también. Lo pasamos GENIAL. Prometo contarlo bien, pero hoy no, hoy voy de cabeza.
Y el domingo, vamos, ayer, me tuve que venir a Barcelona. Pasé dos horas largas en la T4, tirada, esperando que algún puente aéreo se apiadara de mí. Estaba tan cansada que no tenía ni fuerzas para mosquearme. Llegué al hotel casi a la 1 de la mañana y me costó horrores dormirme.
Y he tenido un lunes realmente difícil de encajar, con mucho mucho sueño, muchas muchas ojeras, y muchas muchas ganas de dedicarme a otra cosa. Otra cosa en la que no tener que explicar tantas veces las cosas, no tener que repetirme como un loro, no tragar con que todo el mundo crea que puede decirme como hacer mi trabajo mejor, no deshechar las ideas diferentes antes de pelearlas porque ya sé que la pelea no valdrá de nada, no tener que demostrar que me merezco este trabajo cada diez minutos...Pero aquí sigo, siete de la tarde, sin despegarme del ordenador. Mañana me espera una jornada similar, espero poder descansar esta noche. Lo bueno es que mañana estaré de vuelta en mi Nidito, aunque sea tarde, aunque sea muerta y allí no tendré que volver a demostrarle nada a nadie, al menos por un rato.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Ordenar fotos es como ordenar la vida

Como estaba tan cansada después de una semana de infarto ayer me acosté como la cenicienta, incluso un poco antes porque no habían dado las doce. Salimos a tomar una cañas, con la intención de que me diera un poco el aire, pero en Villaviciosa hay fiestas y el pueblo estaba tan lleno y los bares tan imposibles que la intención me duró un suspiro y me volví a casa con olor a fritanga en la ropa y en el pelo y más agobiada de lo que me salí. Como me dormí tan pronto, he amanecido a las ocho de la mañana. He debido ponerme a trabajar porque tengo un colapso de temas que no sé cómo voy a solucionar, pero, en lugar de eso, he sacado las cajas de las fotos que me he traído de casa de mis padres, tratando de poner orden.
Me encanta ver fotos antiguas.
Y ordenarlas lleva su tiempo, pero también tiene mucha gracia. Hoy he colocado en un album precioso que me regalaron hace un par de años y tenía sin estrenar las de mi Erasmus, que no os puedo explicar los recuerdos que me traen, casi ya como de otra vida- y un par de viajes increíbles a Bélgica y Londres durante ese año tan loco, tan diferente, tan feliz. He rescatado algunas de fiestas -una de disfraces de los años 30, cumpleaños y bares- y escapadas -cuatro días divertidisímos en Cádiz; un fin de semana en Cuenca; otro en Córdoba, un viaje relámpago a Estambul- de mis años de carrera en las que nos reímos tanto que mis amigas y yo tenemos la cara desencajada en la mayoría de ellas. He separado algunas para poner en marcos, ahora que estamos en plena fase de decoración de las paredes del Nidito.
Hasta me he atrevido hasta con esas que escondí un día hace ya más de un año y medio al fondo del armario y creía que nunca iba a poder volver a sacar y mirar. No soy de tirar ni romper fotos, me da mucha pena, pero hubo un momento en mi vida en que me dije: o quito esas fotos de los marcos, de la pared y de mi vista o voy a volverme loca. Recuerdo que mis mejores amigas casi sin atreverse me preguntaban cuándo iba a quitarlas...pero al principio no podía. Un día me levanté con fuerzas y las quité todas y terminaron en una caja al fondo del armario. Han soportado la mudanza, pero no las había mirado todavía.
Hoy ha sido el día. Las he ordenado y he tomado la decisión de ponerlas en un álbum como parte de mi vida que son. No sólo no me ha dolido, si no que me ha gustado verlas, repasarlas con cariño gracias a la perspectiva que hoy me brinda el destino.
No he terminado mi trabajo de orden, entre otras cosas porque necesito más álbumes para colocar las fotos, pero ya me queda mucho menos.
La foto que ilustra este post me la hicieron sin saberlo en Londres, y es una de esas fotos que, a simple vista, no tiene nada, pero que a mí me dice tantas cosas...

jueves, 25 de septiembre de 2008

Las máquinas cargadoras de móviles universales y los chupitos de cesped

Ayer recibí un sms de un amigo que me decía "Debes estar muy liada, porque no has actualizado la Croqueta". Efectivamente, he estado MUY liada. No es que no haya tenido ideas, que en realidad han sido muchas, pero no he parado.
En mi nueva doble vida habito dos días a la semana en un hotel que hay frente a la oficina de Barcelona. Me encanta el hotel, es grande, las habitaciones son luminosas, con buenas vistas -por un lado al mar, por otro a la ciudad- y decoradas en agradables tonos blancos. Como aprovecho para trabajar hasta tarde, generalmente ceno en el mismo hotel o como mucho, cruzo al centro comercial que hay en frente, que es enorme y tiene de todo.
En mi última visita me he encontrado con dos cosas que me han sorprendido: las máquinas cargadoras de móviles universales y los chupitos de cesped.
Las máquinas llamadas "Cargador Universal de Móvil" están cerca de los aseos del centro comercial, hay varias. Me recuerdan un poco a los fotomatones o a esas máquinas que había antes -quizás sigue habiéndolas- que te hacían tarjetas de visita en el momento. Metes un euro por la ranura y te cargan el móvil. Tiene cables con salidas para tooooooooooodas las marcas que conozco de móviles y hasta algunas que no conocía. Me pareció útil, nunca sabes cuándo vas a quedarte sin batería -aunque yo, que llevo de todo encima, suelo llevar un cargador en el bolso- pero sobre todo me sorprendió no haberlo visto en más sitios ni antes.
Y cuando iba distraída pensando en mi descubrimiento, me acerqué a un bar que me encanta: se llama Smudy y preparan zumos naturales, frutas licuadas y batidos y están buenísimos. Te los preparan en el momento, así que me entretuve mientras me lo hacían leyendo carteles. Tenían uno que decía: Chupitos de Hierba de Trigo. Costaban 2,50 euros y el cartel aseguraba que tomar uno equivalía a comer un kilo de verduras. Al lado del cartel, tenían una enorme plancha de jardinería con tierra y plantada en la tierra hierba. Hierba de trigo, en teoría, cesped para mis ojos.
Yo soy muy de probar todo, pero me quedé atontasísima con este brebaje.
Cuando estaba pagando llegó un hombre que pidió uno de esos chupitos. Esperé para ver cómo era. Resultó increiblemente verde y bastante espeso.
Lástima de no haber hecho una foto. La próxima, lo pruebo o al menos, hago una foto para que podáis verlo.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Depre de domingo

Si hay algo peor que tener que irte un lunes al alba a Barcelona, es despertarte el domingo y darte cuenta que tienes que irte a Barcelona por la tarde, en domingo. Medio lloviendo. La ropa sin planchar, la maleta sin hacer, la casa como si hubiera pasado el Ike después del fiestón del sábado. Qué depre más grande de domingo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Una fuerza incontrolable que no sabemos de dónde viene pero si a dónde va

Pongamos que son las hormonas. Pongamos que son las neuronas. Pongamos que es una fuerza incontrolable que no sabemos de dónde viene pero si a dónde va. El caso es que hay veces que cuando nos gusta alguien, nos gusta y no podemos explicar muy bien qué paramétros ha eligido nuestro cuerpo para esa decisión. Una vez conocemos mejor a la persona es diferente: nos gusta su forma de ser, tenemos gustos parecidos, nos caemos bien.
Pero hay un momento primero, una primera mirada, una primera sonrisa, una primera impresión incluso antes de entablar conversación. Algunas veces, nos quedamos prendidos de alguien en ese preciso momento.
Y tengo una bonita batallita, en realidad dos batallitas enlazadas, que hizo que ayer durante un rato me quedase en estado de shock.
La historia empieza cuando yo iba a séptimo de EGB -lo que ahora se llama tercero de la ESO- me cambiaron de colegio a mitad de curso y empece en el nuevo en enero. Eso, cuando tienes 13 años provoca una revolución hormonal propia y ajena que ni os cuento. Cuando entré el primer día de enero en la clase, lo vi en la primeras filas en seguida: el chico más guapo de la clase. Me gustaba a muerte. Y las cosas se dieron y fue mi primer novio. Yo estaba loca por él y nuestro amor duró dos meses. Me dejó por bocazas, según mi recuerdo, aunque podría estar inventandome parte, que ha pasado mucho tiempo y hay cosas que de mucho recordar al final las desvirtuas.
El tiempo pasó y le perdí la pista. Años sin saber nada de él y por supuesto, su rostro para mi sigue siendo el de un niño guapísimo de 13 años.
El segundo capítulo nos sitúa cuando yo estudiaba la carrera. Mis padres se fueron a vivir al extranjero y yo me quede sola en España. Eso, cuando tienes 21 años, provoca una revolución hormonal propia y ajena que ni os cuento. Una noche, en un bar, miembro de un grupo de amigos de amigos lo vi: el chico más guapo del verano. Me gustaba a muerte. Las cosas se dieron y acabó por ser mi novio. Yo estaba loca por él y tuvimos un intenso amor y una larga relación, siete años. Me dejó por otra, según mi recuerdo y hecha polvo según el recuerdo oficial de todo mi entorno.
No ha pasado tanto tiempo, así que si no se ha estropeado de golpe, calculo que su cara será más o menos la misma de mi recuerdo.
Y ayer mismo, fin de la historia: mediante el Facebook he visto una foto actual de mi primer noviete del cole. Es tan físicamente parecido a mi ex-novio que cuando lo ví casi me caigo de la silla.
Desdeluego, mis hormonas, mis neuronas, mi fuerza interior que no sé de dónde viene tiene unos gustos clarísimos y no deja nada a la imaginación.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Te echaré de menos hoy...y hasta que vuelvas

Al final he salido de Barcelona a las seis y pico de la tarde cuando el cuerpo empezaba a pesarme. En la estación de Sants me he enfadado con el mundo. He coincidido en el control de acceso a los andenes del AVE con una mujer mayor cargada de maletas y acompañada de su hija y su nieta. Llevaba los brazos vendados. No han dejado que su familia la acompañara al anden, por seguridad y le han indicado con desgana que podía solicitar un servicio de acompañamiento en Atención al Cliente. En la cara de la nieta se ha dibujado un gesto de ansiedad. Eran las seis menos diez y ya no había tiempo de acercarse al mostrador de atención al cliente. Ninguno de los empleados de RENFE que estaban a nuestro alrededor y he contado al menos cinco se han movido, ni han dicho nada. No soy especialmente solidaria. De hecho, he mirado a mi alrededor, buscando con disgusto alguien que pudiera ayudar a la señora, alguien que no fuese yo. Pero nadie ha reparado en la situación. Sólo yo me estaba dando cuenta. Así que, he dejado mi maleta, mi mochila del portátil y mi bolso abandonados en la cinta y he ayudado a la mujer a colocar y recoger sus cosas. Luego me ha preguntado que por dónde tenía que ir y la he indicado, porque los carteles no se veían desde donde estábamos y nadie parecía muy dispuesto a echarle un cable. Cuando ella se ha montado en el tren, estaba tan enfadada con el mundo que tenía ganas de patalear. Me he sentado y he recordado que mi abuela nunca quería venir sola a Madrid en tren, porque se perdía por los andenes.
El enfado me ha dejado agotada y el recuerdo sensible.
Pero me he sacudido las ganas de abandonarme y quejarme. Para eso tenía un libro nuevo y música, así que me he sentado en el tren, y me he acomodado, tratando de no acordarme de que voy a llegar a Atocha a las nueve y 23 minutos y que aun tengo que ir hasta la oficina, recoger mi coche del aparcamiento y conducir hasta Villaviciosa de Odón. Cuando llegue, el Nidito estará vacío. Hoy y toda la semana, porque él está grabando fuera. No estoy acostumbrada a que no esté en casa cuando vuelvo de viaje y me descoloca un poco. No seas tonta, me he regañado. Porque cuando estoy cansada y no sé lo qué me pasa, me sucede como a la protagonista de “Lo raro es vivir” de Martín Gaite, -que he empezado a leer en el tren y me ha atrapado intensamente desde el principio- que estoy como irritada y cuando no podemos vernos, y tenemos que hablar por teléfono antes de dormir, me pongo a la defensiva y me enfado yo sola y le digo cosas que no quiero decir. Cuando le tengo al lado es diferente, las miradas, las sonrisas, las manos, son escudos que evitan que las lanzas de las palabras hieran.
He dejado de leer un rato, paladeando algunos párrafos un poco más, mirando por la ventanilla. Me he descalzado, no consigo que dejen de matarme los zapatos de tacón, he manoseado el Ipod. Además de toda la discografía de Sabina, me ha grabado su música, y también la nuestra, música de ahora, de antes, de entonces y de siempre que por una cosa u otra se ha convertido en nuestra: he puesto al azar uno de los discos de Los Piratas. En seguida he oído esa canción que tanto le gusta: "...tiene tanta prisa que tropieza y se despista y me deja aquí una nota de papel. Tengo que dejarte no voy a llegar, me gusta cuando duermes y odio madrugar, no tienes porque sentirte mal, te echare de menos hoy…te echaré tanto de menos, cerraré fuerte los ojos hasta verte, solo tengo que esperar…te echaré tanto de menos que aunque busque una palabra no habrá nada que me cure de verdad…te echaré tanto de menos que no sé cómo parar esta canción".
La he escuchado varias veces. A mí también me gusta. Y eso es exactamente lo que haré: sentarme, leer, seguir escuchando música, cerrar fuerte los ojos y buscar una palabra hasta que vuelvas, ¡te echo tanto de menos!.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

No sé cómo decirlo pero vivo en pareja

Ayer creí que me había vuelto gilipollas de golpe.
Todo fue porque bajé en el ascensor y me encontré con un compañero de trabajo, de la oficina de Barcelona, donde curro parcialmente. Nos saludamos, hablamos un rato, me preguntó qué tal llevaba mis nuevas responsabilidades y el cambio de rutina de vida. Y me preguntó que si yo estaba casada y que si tenía hijos. Por díficil de comprender que parezca, nunca me habían preguntado eso. No sé si es la cara de niña, pertenecer a la generación pérdida o acercarme a los 30, pero lo más parecido había sido el tan escuchado y vapuleado "estudias o trabajas". Y me puse nerviosa y sólo acerté a balbucear:
- ¡¡¡No, que va!!! Vivo en pareja.
¿Vivo en pareja? ¿Pero yo desde cuándo hablo castellano antiguo y soy tan hortera?
Lo pensé mejor, buscando algo que lo definiera con más exactitud:
Vivo con mi pareja, igual o peor.
Vivo con mi novio, un poco baboso.
Comparto piso con mi pareja/novio, ni que fuese un contrato.
Vivo sola, irreal.
Me subí al despacho castigándome a mí misma: la próxima vez digo que estoy casada y me dejo de tonterías.

martes, 16 de septiembre de 2008

Y de pronto, el mar

No puedo usarlo siempre, pero a mi me gusta más viajar en tren que en avión desde siempre. Te puedes mover, te puedes ir a la cafetería a tomar algo, puedes hablar por teléfono, escribir y leer, conclusión: los viajes se me pasan en nada. Desde que el AVE une Madrid con Barcelona intento usarlo cuando tengo que desplazarme a trabajar allí, como por ejemplo, hoy. Siempre no puedo, por los horarios y tengo que vivir el infierno del puente aéreo.
Iba con los cascos puestos, mirando de reojo la tele, imaginando de qué iba la película sin escucharla, y mirando, del otro lado, por la ventanilla el paisaje.
De repente asomó un pedazo de mar entre dos pequeñas colinas verdes.
Llevo tanto tiempo viviendo en Madrid que hace mucho que, en un lunes cualquiera, no se me aparece el mar de pronto por algún lado. Y ha sido precisamente un lunes 15 de septiembre, primer día de colegio para muchos niños, con unos atascos interminables en la capital, con una mañana que mostraba los primeros síntomas del otoño, con follón en la oficina, con viaje de curro después de la jornada incluido, cuando ha aparecido el mar de sopetón y me ha calmado el ánimo, me ha hecho respirar más profundo, me ha templado el alma.

domingo, 14 de septiembre de 2008

¿Dónde me voy de vacaciones?

Me he dejado una semana de vacaciones para cogérmela en octubre. El año pasado ya lo hice y disfruté esa semana un montón, fue la mejor decisión de mi vida. Me fui con mi hermana a Túnez y nos lo pasamos genial. Desconecté, descansé, me divertí...fue perfecto.
Este año quiero hacer algo similar.
Pero no nos decidimos sobre dónde ir exactamente...estamos dándole vueltas y más vueltas. A mi me da pereza irme en avión, sobretodo si es muy lejos. De hecho, me apetece quedarme en España, una ruta por Galicia, o por Cataluña, que llevo tiempo con ganas de visitar estas dos zonas... en fin, veremos.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Mi coche es inmortal

Mi coche tiene, calculándolo por encima, diez años. Cuando me saqué el carnet, hace un poco más de una década, tuve unos meses el coche viejo de mi madre, un ford sierra rojo, que maté. En cuanto lo heredé empezó a fallar, quizás porque no lo mimaba yo como mi madre lo había mimado siempre. Hizo de todo: dejarme tirada en el carril izquiero de la M30 la primera vez que yo cogía la M30 cuando iba a recoger a mi amiga Paula a la estación (por supuesto no llegué a la estación, tuve que mandar a mi noviete de entonces a por ella, que apenas se conocían y esperar a la grua). Luego, el coche, volvió a arrancar como si nada. Otra vez, en esa misma semana, con mi amiga Paula aun en Madrid visitándome, nos dejó tiradas de nuevo una noche de sábado en la glorieta de Atocha. No podíamos ni salir a poner los triángulos y la gente nos pitaba como si fuésemos delincuentes juveniles. Yo también hice de todo: me estampé con la primera columna del garaje que me encontré, lo dejé caer de culo por una cuesta rozandome con la pared y una puerta abatible me dió un golpe en el techo.
Pasó aquellos meses de convivencia conmigo apagándose y encendiéndose cuando le daba la gana y dejándome la cara roja cuando lo llevaba al taller, porque nadie supo nunca qué era lo que le pasaba.
Y esas navidades, cuando yo creía que iba a tener que sufrir siempre los cambios hormonales de mi sierra heredado, llegó mi coche. Quedé un poco decepcionada al principio. Esperaba un coche pequeño, un polo, un fiesta...y lo que me habían comprado mis padres era un Mazda 323 verde inglés (esto es, oscuro) con un maletero enorme: me habían regalado un coche de padre. Pero nos conocimos en el concesionario y el idilio cuajó. Desde entonces, hace ya diez inviernos, no nos hemos separado nunca. Siempre le decía lo mismo a mis amigas, que se tronchaban, "Prefiero estar sin novio que sin coche", porque cuando vives a 30 kilometros de Madrid tu vida de estudiante es bastante infernal, dependiendo siempre de los trenes y los buhos, y en mi caso, con ningún amigo que tuviera coche tampoco, la cosa se agravaba.
El coche tiene 180.000 km y funciona como una seda. Nunca ha ido al taller más que para revisiones, nunca me ha dejado tirada, nunca me ha fallado. He recorrido España de arriba a abajo con él- Era el coche oficial de los viajes con mis amigas -aunque fuésemos cinco, nos entraban las maletas de todas-. Hemos atravesado el puerto de El Escudo con niebla, diluviando y con viento, y Despeñaperros nevado. Ha soportado varias mudanzas, quizás la más graciosa, la de mi amiga Raquel cuando dejó su piso de Gran Vía un sábado a las ocho de la mañana: todo el mundo volviendo de fiesta y nosotras cargando el coche tres veces para cruzar Madrid esquivando la vuelta ciclista. He llevado una mesa de comedor con ocho sillas, y dos colchones de 90 a Santander abatiendo los asientos. Cuando trabajaba en Efe, hacía carreras con Loren en los túneles de Rios Rosas y siempre ganábamos mi Mazdita y yo. Me lo han multado hasta la saciedad y cuando era nuevo, me lo rayaron desde el morro hasta el maletero aparcado en la puerta de la universidad (tengo la teoría de que creían que era de un profesor) y la última vez que lo lastimé fue bajando a toda pastilla las plantas del garaje de la empresa, dejándome el lateral contra una columna, un día que llegaba tarde a un acto institucional.
Ahora está un poco viejito y desde principios de año ando dándole vueltas a la idea de cambiarlo. Me da mucha pena, de hecho, hace unos meses decidí conservarlo hasta que dejase de funcionar. Pero, visto lo visto, tengo la impresión de que mi mazda es inmortal y que no voy a matarlo nunca. Así que si decido jubilarlo tendrá que ser porque yo quiera, porque él no parece tener ganas de retirarse de la circulación.

viernes, 12 de septiembre de 2008

El secreto de mi éxito en las entrevistas personales

Me suelen ir bien las entrevistas personales. He oído todo tipo de consejos al respecto. Incluso una vez me recomendaron no sonreir tanto. Por supuesto, no hice ni caso. Yo no salgo de casa sin pendientes, ni sonrisa, eso es una máxima de mi vida.
Me ha dado por pensar qué cosas son las que suelen "funcionarme". Este año voy a hacer un Máster del Universo en una escuela reconocida.
Llebava desde el año pasado dándole vueltas, consciente de que estaba cercano el momento de enfrentarme a un año increíblemente agobiante, rodeada de otros estudiantes tan o más agobiados que yo con sus responsabilidades familiares y profesionales y con la presión de hacerlo bien, por un lado por la pasta que cuesta el master, por otro porque ya estamos un poco grandes para andar con tonterías y pérdidas de tiempo y también, supongo, un poco por esa competitividad cada vez más intensa que hay en todas las grandes empresas, principales aportadoras de jóvenes talentos a los másteres del unvierso del mundo mundial.
A parte de aportar lo que vale, que no es poco, y estar un año entero siendo fiel a las seis sesiones semanales, tienes que hacer un proceso de admisión con entrevista incluida en el que debes demostrar que eres joven pero sobradamente preparado, además de dar cuenta de tu experiencia, tus estudios, ambiciones, metas e inquitudes.
El miércoles pasado estuve en la entrevista personal. Llevo cuatro años en los que en todas mis entrevistas ya sean para prácticas, entrevistas de trabajo, en medios, o de máster del universo, vivo de las rentas que me han dejado algunas situaciones muy concretas de mi vida:
Primero: mi experiencia Erasmus. Aunque yo me fui de Erasmus para prácticar inglés y porque siempre me han llamado las experiencias en el extranjero, parece mentira, siempre me preguntan por eso, siempre lo valoran positivamente, siempre da mucho que hablar.
Segundo: mi paso por Burson-Marsteller y el jefe que tuve en esa época. Todo el mundo le conoce, todo el mundo ha oído hablar de él y siempre, siempre, siempre, su nombre me ha abierto puertas. Desde aquí le doy las gracias porque de una forma u otra, siempre es una influencia determinanante en mi vida.
Algunos factores secundarios, pero que siempre hacen gracia a los entrevistadores y ayudan al buen funcionamiento: hice prácticas desde primero, algunas fuera de España, he tocado todos los palos que he podido y hablo por los codos y deprisa. No tengo vergüenza, me muestro resuelta y segura de mí misma, sonrío sin parar, hablo bien de mis jefes, y les nombro como referencia.
Las cosas que suelen chirriar, desde mi punto de vista: meterse en temas escabrosos, hablar mal de jefes o compañeros anteriores, decir que sabes de cosas que no sabes...
Me encantaría saber qué os funciona...y que no.

Soy feliz con poco, me reafirmo

Y ayer, cuando llegué a casa a las ocho de la tarde, cansada, derrotada porque esta semana he tenido un montón de follones en la oficina, porque algunas de las mentes perturbadas que me rodean parecen estar un poco más locas todavía, y con el cuerpo molido porque aproveché el mediodía para ir a nadar y desestresarme un poco, que falta me hace -y me desestré si, pero me dejó muerta-, él me tenía una sorpresa que lo solucionó todo: me había conseguido el nuevo catálogo de Ikea, edición 2009.
Os lo dije: soy feliz con poco.

jueves, 11 de septiembre de 2008

En Ikea saben lo que se hacen

Aprovechando el puente en Madrid (bueno, en mi oficina) y que no salí de viaje, el lunes volví a Ikea después de varios meses sin ir. Ando detrás de unos cajones y unas puertas para una estantería hace un montón de tiempo. Y también quería una balda para la cocina y algunos trastos culinarios: boles y bandejas de cristal, entre otras cosas. Fuimos a la tienda de Alcorcón y cuando llegamos, el aparcamiento estaba misteriosamente vacío. Había coches, pero muy pocos para ser un día medio festivo a las doce del mediodia. Yo me bajé salerosa del coche, contentísima porque vi en un cartel enorme que ya han sacado el Catálogo de 2009 y esto me llenó de optimismo -soy feliz con poco-.
Cuando franqueaba ya la puerta, un joven me tendió un papel. Era un vale de descuento de ocho euros. Como la puerta automática no se abría y el joven no decía nada, miré el panfleto mejor: era un vale de descuento de ocho euros si, pero si acudía a otro centro de Ikea ese mismo día, porque el de Alcorcón estaba cerrado por festividad local.
Vale, ocho euros no es mucho, pero estamos hablando de Ikea: con ocho euros me compro la balda de la cocina.
Y con este pensamiento arranqué y me fui al de Vallecas.
No encontré ni los cajones, ni la balda, pero me dejé una pasta: compré una mesa que no tenía prevista y gasté 100 euros en chorradas. Para lo que usé mi descuento de ocho euros, claro.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Imposible pensar, todavía menos escribir

El lunes quise escribir y se me torció el día, tengo algo a medias.
El martes fue imposible acercarme al ordenador, la vida familiar me engulló a pesar de ser fiesta en Madrid.
Y de hoy ya ni hablamos: sólo puedo decir ¡¡¡coño con el miércoles con pinta de lunes!!!.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Los aros de cebolla de Burger King

Fuimos a ver Wall-e al cine el viernes. Llevaba tiempo con ganas de verla y aprovechamos que la niña de mis ojos no la había visto para ir los tres. Le película, por cierto, no me defaudró: es muy buena. Lo mejor, no te aburres ni un segundo pese a la ausencia de diálogos que se suple con muy muy muy pocos sonidos más o menos creativos de los protagonistas. Y el corto que precede a la película es completamente desternillante. Me encantó.
Me engañaron para ir al Burger King. No es que yo sea una maniaca de la comida sana o que el Burger King no me guste. Pero me sienta fatal la comida del Burguer King, bueno, y la del Mc Donals así que mientras recogía las entradas les pedí que me trajeran algo de pollo...qué tal unos nuggets...y una botella de agua, y cuando tuve las entradas me senté a esperarles en la terraza.
Volvieron muertos de la risa, no sabía yo por qué, encantados con sus menús compuestos de hamburguesas, bebidas y patatas. Me hacía gracia verles así, tan divertidos, como si yo no estuviera.
Se sentaron y yo busqué mis nuggets en la bandeja, pero no los ví...¿y mi pollito?.
No, me explicaron, es que hemos decidido traerte unos aros de cebolla, que así comemos también nosotros.
Ups, de eso se reían, al menos me trajeron el agua.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Sólo le había confesado los sueños a su mejor amiga

Sólo le había confesado los sueños a su mejor amiga. Le contó que no podía creérselo, que llevaba varias noches seguidas soñando con él.
Su amiga había abierto mucho sus ojos negros: “¿Y qué vas a hacer con eso, si os veis todos los días?. ¿Cómo vas a poder sostenerlo cuándo preparéis un concurso juntos?”.
Ella se limitó a decir: “Voy a olvidarme de cada sueño. Ya se me pasará”.
Y en esas mañanas, que seguían a las noches de los sueños, cuando llegaba a la oficina y le veía en el despacho que ambos compartían en la agencia, no podía evitar sentirse extraña, incomoda, tensa durante escasamente unos segundos, el tiempo de cruzar la puerta, dar los buenos días, mirarle, colgar la chaqueta en la silla, posar el bolso sobre la mesa y encender el ordenador.
Después empezaban a hablar de cualquier cosa de trabajo, o de su vida y tardaban menos de un minuto en estar muertos de risa cada uno en su lado de la mesa, con la cabeza fija cada uno en su ordenador, tecleando furiosamente ella, haciendo rodar el ratón a mil por hora él.
Algunos días la tensión volvía cuando él se acercaba a mirar algo en su pantalla o pasaba la mano por encima de la mesa para alcanzar un bolígrafo del bote común y en un descuido la rozaba y el contacto de su piel le provocaba un relámpago acompañado de imágenes inconexas de lo soñado.
Pero sin duda, los momentos más difíciles era cuando él se entregaba entero en alguna de las muchas actividades laborales que compartían. Cuando demostraba todo su talento en una reunión importante, comiéndose al cliente con sus ideas claras, bien expuestas.
Cuando le mostraba alguna creatividad por primera vez y se la explicaba de forma fresca y divertida.
Cuando, tras sólo unos minutos de trabajo, conseguía que las palabras pronunciadas por ella hicieran pareja perfecta con las imágenes dibujadas por él.
En contadas ocasiones las palabras aparecían primero y las ideas gráficas después. Casi siempre era al revés, las imágenes ya estaban casi decididas y ella no daba con las frases, no tenía facilidad para inspirarse en el despacho.
Normalmente las palabras perfectas que llevaban rondándole la cabeza sin terminar de plasmarse, aparecían en medio de la noche o cuando estaba pagando en el mostrador del Zara, o viendo la tele, o comiendo con sus padres. Había anotado esas palabras en los sitios más insospechados: un calendario, un pañuelo de papel, el ticket del cajero por el reverso, una revista, una tarjeta de visita. Pero la felicidad llegaba, no al escribirlas con el bolígrafo pilot rojo con su mala letra a todo correr para que no se le olvidaran, si no exactamente en el momento en que agarraba su móvil y escribía desenfrenadamente a dos manos un sms que a veces empezaba con un intenso “Lo tengo” y a veces llevaba directamente las frases en cuestión, él ya sabía a qué se refería, estaba esperando ese mensaje sabiendo que llegaría. Quizás a las cuatro de la mañana de un domingo lluvioso, quizás un miércoles nublado a las ocho y media, pero llegaría.
Alguna vez, medio en coña, ella le había dicho: “Cuando te sales, como hoy, me vuelves loca, me pones y todo”, y él se moría de risa, como siempre, y le decía “Yo también te quiero, cariño”.
Ella tenía claro que hay un grado de complicidad al que sólo se llega con un puñado de personas a lo largo de la vida. Muy pocas y extrañamente del género masculino.
Y ellos, después de más de cinco años trabajando juntos, habían rebasado el nivel de complicidad que ella hubiese tenido nunca antes con nadie: ni con ninguno de sus hermanos, ni con sus amigas íntimas, por supuesto con nadie del trabajo. Decían, entre ellos, que sus cerebros estaban conectados por hilos invisibles. Sus compañeros no entendían esa relación tan intima y a la vez sólo profesional, o la entendían a medias. La mayor parte, pensaban mal. Y mucho menos entendían ese rollo de la conexión cerebral. Lo que si sabían era que esos dos se reían tan fuerte que el resto de sonidos de la agencia, situada en una calle céntrica de Barcelona, se apagaban al encenderse sus risas. Y que cuando presentaban una campaña juntos, parecían estar bailando acompasados. Nada se escapaba a su coreografía perfecta de palabras e imágenes encadenadas. Y que era imposible imaginar a uno de los dos trabajando sin el otro.

Continuará…

jueves, 4 de septiembre de 2008

Escritura compulsiva

Hoy, sin darme cuenta, me he puesto a escribir compulsivamente y no podía parar. Un relato, o un estracto de algo más, no sé muy bien exactamente qué.
Estaba metídisima, me ha dado como no sé qué cosa...y lo he dejado, he respirado hondo, he guardado el texto, y me he alejado del ordenador. Mañana lo releeré. Aunque ahora no puedo dejar de pensar en que lo he dejado a medias.
Hacía tiempo que no sentía algo así.
Me ha gustado, creo.

Yo de mayor quiero ser mi amiga Lou

Había venido mi amiga Lou. Lourdes vive en Alemania desde hace dos años por amor y en octubre se casa con su alemán. Creo que hay poca gente en mi vida que me provoque el buen rollo que me provoca Lourdes.
Una tarde con ella compensa con creces los meses que pasamos sin vernos.
La otra tarde, juntas, descubrimos ante la atenta mirada del Nene, -que se lo tragó todo sin rechistar-, que los hombres son todos iguales independientemente de la nacionalidad que refleje su pasaporte. Que, alemanes o españoles, pueden llegar de Ikea a las once de la noche y dedicir montar un armario de tres puertas y 90 kilos, pero ya puedes esperar seis meses para que cuelguen un marco de fotos en la pared. Que pueden dejarse la vida regando, abonando y desparasitando las plantas pero no cambian las sábanas en tres meses y les da lo mismo.
Que los hombres se obsesionan con una sola cosa, ya seas tú misma, la Play, la plantas, Ikea, el Iphone, o el fútbol y no los sacas de ahí hagas lo que hagas: le dedican a la uni-cosa cien por cien de su tiempo y cien por cien de su atención.
Estábamos tan ensimismadas en la conversación y tan entregadas que el tiempo pasó sin darnos cuenta y tuvo que ser el Nene, que como hombre que es dejó por unos segundos de venerar su nuevo Iphone, quién se diera cuenta que era de noche y que a las 21h. cierran el garaje de la empresa. Eran las nueve y diez.
Genial.
Mi coche estaba en el garaje del curro.
Mi ordenador portatil del curro, estaba dentro del coche, dentro del garaje del curro.
Mi billete de avión para viajar a las siete de la mañana del día siguiente a Barcelona, estaba dentro del portatil, que estaba dentro del coche, que estaba dentro del garaje del curro.
Entré en modo pánico durante los siguientes 15 minutos.
Pero...a veces, suplicar funciona y esta funcionó y pude sacar mi coche del garaje.
Cuando se me pasó el susto volví a pensar en Lou y en los buenos ratos que me hace pasar siempre, aunque me evidencie con su jodida franqueza poniéndome en la tesitura de decir cosas que jamás hubiese dicho de no ser por ella, y por su capacidad de llevar la escena, el guión y los protagonistas a su territorio con naturalidad. Y como no, acabamos soltando todo, naturales y encantados sin muchos aspavientos.
Lourdes es única, yo de mayor quiero ser como ella.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Próxima apertura: Alcampo Drive

Llevo varios días viendo desde la carretera un almacén que tiene un cartel que dice:
Próxima apertura: Alcampo Drive.
Y estaba súper-intrigada de qué nueva concepción de supermercado era esta.
¿Vas cogiendo tu mismo las cosas desde el coche?.
¿Haces la compra a través de una maquina y te la echan al coche?.
¿Apuntas en una lista al más puro estilo Ikea y después recoges tu pedido en un almacén y te lo llevas al coche?.
Hoy he entrado en Internet a informarme y parece que con este nuevo servicio se trata de hacer la compra a través de la página Web y luego la recojes tú mismo, en dos horas te preparan el pedido y si no tienes Internet....cha cha chan...Tienen Kiosko interactivo, físicamente idéntico al de las fotos, pero para comprarte la merzula y las coles de bruselas y recoger tus bolsas cargadas de productos en cinco minutos.
Tendré que probarlo y ya os diré si son cinco minutos o no. Aunque como soy algo mía, lo mismo me revelo un melón, que hago unas fotos al pil-pil.

Grandes revelaciones de un miércoles al alba sobre mi presencia en el mundo

Tengo exactamente el mismo sueño a las seis de la mañana que a las ocho.
A las seis es de noche y a las siete también.
Hay más tráfico en la M40 a las siete menos diez que a las nueve y diez.
Mi new sweet home está como a mil kilómetros del aeropuerto.
La T4 está aun más lejos.
la T4 está interminablemente lejos cuando quieres llegar lo antes posible.
El puente aéreo sale siempre irremediablemente tarde de Madrid.
Aunque midas 1,50, los asientos del avión son incómodos y estrechos.
El aterrizaje en Barcelona, haga lo que haga, me pone el estómago del revés y me tapona los oídos.
Por muy mal que me encuentre, muy poco que haya dormido, y aunque desee morir fulminada sólo de pensar en el aire acondicionado del avión, si le he dicho al Director General que hoy estoy en Barcelona, hoy me levanto a las seis y estoy en Barcelona al filo de las nueve y punto pelota. Aunque llegue y él no esté en Barcelona, si no en Madrid. Soy así de pringada hoy, ayer, mañana y siempre.
Haber descubierto toda la discografía de Sabina cagarda en mi Ipod quizás le de un soplo de alegría a mi vida. Sólo quizás.

martes, 2 de septiembre de 2008

El Kiosco Digital del Opencor

Cuando me he querido dar cuenta, llevo sin poner fotos en álbumes -de fotos, claro- desde que me fui la primera vez a Estambul y de eso hace más de cinco años seguro.
Tengo algunas impresas dispersas en cajas, otras en cds, otras en papel de folio que se ven mal y todas esas que tuve que quitar de la pared un día que me amarré los machos y que están en el fondo de la caja del fondo del último armario de mi vida sin ninguna gana de sacarlas de allí.
Todo esto, en un desorden infinito.
Y no es que yo quisiera hacer orden, que no es lo mío. De hecho, hacer orden para mí es tirar directamente porque no tengo paciencia para colocar. Lo que quería era poner alguna foto en el Nidito, convirtiéndolo en el reflejo perfecto del que ya es mi sweet home.
Así que primero ordené las cajas, las copias y los cds, muy por encima, sin mirarlas mucho, vaya que me diera por tirar cosas y luego arrepentirme.
Empecé por las fotos más recientes, que me pareció lo más fácil. Las del último año y medio, más o menos.
Mi relación hasta hoy con la impresión digital se limitaba a utilizar el fotovips a través de Internet, que funcionaba genial, pero no sé por qué ya no me funciona así que he tenido que buscarme una alternativa. Y una vez seleccionadas y metidas a capón en dos pendrives me fui tan contenta con ellas al Opencor, que tienen una máquina que llaman Kiosco Digital que te imprime y escupe las copias y te las puedes llevar a casa. Porque lo que no quería era esperar, en mi habitual tono de poca paciencia. Pasee los dos pendrives en el bolso dos semanas, porque el kiosco en cuestión, no funcionaba. Ni el del Opencor de al lado de mi curro, ni el del Opencor de al lado de mi casa –sí, si, soy una mujer afortunada, rodeada de Opencors por todos lados, que me dejo una pasta de más al mes, porque como lo tengo tan a mano que siempre dejo todo para el último momento-. Hubiese tardado mucho menos en llevarlo al chino de la esquina para que me lo imprimiese y recogerlo al día siguiente, pero hay cosas con las que soy muy cabezona y no fue hasta la tercera visita doble –ambos Opencor- que no logre encontrar una máquina disponible.
En el tiempo que estuve esperando a que salieran las más de cien copias me ojee todas las revistas del corazón, de cocina y de viajes que tenían sin plástico. Las que tenían cubiertas las traté de leer a través del plástico, pero no conseguí entender casi nada. Me llevé un libro al lado de la máquina con intención de comprarlo, pero me leí casi la mitad y como no me gustaba mucho, al final lo dejé. Eso sí, piqué con una revista de muebles de las envueltas en plástico y me la compré.
Cuando le quedaban por escupir seis fotos la máquina entró en estado de shock y dijo algo de cancelarse o reiniciarse, pero yo estaba tan cansada de mirar a los adolescentes haciendo cola para pagar con sus refrescos, sus chuches, sus revistas, sus condones…que le di a todos los botones, la bloquee y decidí marcharme, aunque perdiese mis seis copias -que había pagado previamente- para siempre.
Llegué a casa triunfal, con mis fotos en papel, y estuve media hora mareándolas, desordenándolas y tratando de hacerlas encajar en los tres marcos que tenía vacíos, regalos sin desenvolver de una vida anterior. No fue tan fácil, de hecho, sigo sin tener ni una foto en la pared del Nidito, pero al menos tuve sensación de haber empezado algo.
Me acosté con un dolor de pies horrible, fruto del tiempo parada en frente del kiosco digital y bendiciendo aquellos tiempos en los que volvías de un viaje, sacabas el carrete de la cámara, la llevabas a la tienda de fotos y esperabas ansiosa a ver qué te había salido. Y después tenías todas tus fotos por ahí rondando, las ponías en marcos, las colocabas en álbumes, en modo tradicional.
Y lo malo no es todo esto que os cuento. Lo malo es que acabo de meter otro montón de fotos en un pen y ya estoy pensando en salir de la oficina y acercarme un momentito al Opencor. Lo mío es vicio y no tiene remedio.

Esos pequeños placeres

Hay pequeños placeres en la rutina diaria que le dan mucho sentido a mi vida. A veces más que las que entendemos grandes cosas.
Uno de ellos, quizás de los más tontos, es quedarme en la cama cuando mi compañero de sábanas se ha marchado ya. Casi siempre soy yo la que me marcho antes y siento una envidia desorbitada de verle en la cama, con los ojos medio cerrados, deseándome que tenga un buen día y diciéndome lo guapa que estoy hoy –aunque las ojeras me lleguen a los pies y me haya echado el armario por encima sin orden ni concierto él me lo dice, se nota que no tiene el cerebro en correcto funcionamiento-. Pero de vez en cuando, como hoy, él sale de casa antes que yo y me encanta saber que me queda una hora de remoloneo entre las almohadas desde que suena su despertador hasta que yo apague el mío.
Otro placer son los cinco minutitos más. Apago el despertador y me quedo cinco minutitos más en la cama. Lo malo es que nunca son cinco minutitos. Lo normal es que sea media hora y el placer se convierta repentinamente en dolor cuando descubro, como hoy, que son las 8.43h. Salto de la cama y me dirijo a la cocina descalza y atolondrada. Valoro mis posibilidades: la ducha es inevitable, hoy tengo que ir de princesa, tengo una reunión y estarán varios jefazos. El café sería deseable, pero si no, puedo apañarme con un te.
Pero hay veces que los pequeños placeres se representan ante mis ojos sin avisar, y esos son los mejores. En la cocina, había café recién hecho, aun caliente. Este pequeño detalle ha conseguido que la perspectiva del día cambiara radicalmente. He vuelto sobre mis pasos con la taza en la mano y he descubierto en el espejo del baño que necesitaba depilarme las axilas: en fin, una de cal y otra de arena. No se puede tener todo, imposible depilarme. Las 8.49h. En 10 minutos tenía que conseguir ducharme, vestirme y secarme el pelo, si salgo después de las 9.00h. es completamente imposible llegar a la oficina sin excusa. Así que las axilas tendrán que esperar un momento mejor. Depilarme, por cierto, no es uno de los pequeños placeres de mi vida.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Sin cita previa

Estaba ansiosa por ver el estreno de Sin cita previa, que yo pensé daría Cuatro, pero da Antena3.
Addison Montgomery era mi personaje preferido de Anatomía de Grey. De hecho, acabé por cogerle una manía horrible a Grey y a preguntarme porqué él había dejado a Addison, una mujer estupenda desde mi punto de vista, por semejante niñata que no sabía lo que quería. Al final llegué a la conclusión de que si bien Derek Shepherd estaba bueno, era un puro pastel de tío, que no me extraña se hubiera enamorado de la indecisa-en-la-vida Meredith.
Pero bueno, Addison se ha cambiado de hospital y se ha ido a otro y todos contentos, incluida yo, que cogí el primer capítulo empezado por cosas que no vienen al caso. No me dio mala impresión, pero habrá que ver más capítulos para estar segura.
Una escena me encantó, cuando los dos personajes Naomi y San Bennet, tienen una discusión sobre la mujer con la debe salir (o no) él, la primera tras la ruptura con ella.
Ella le reprocha que no puede salir con una tía, desde su punto de vista, peor que ella, tiene que ser con una más guapa, más inteligente, más divertida, más todo que ella.
Resulta curioso, yo también he sentido eso. Me he sentido muy defraudada cuando un hombre que había sido mío (entiéndase esto como una forma de hablar) ha salido con alguien que desde mi punto mi vista no era lo suficientemente bueno para él…sobretodo, después de haber estado conmigo, claro, pues las comparaciones con una misma son de lo más odiosas.
Claro que, si la siguiente novia es perfecta e ideal, me imagino que también me hubiera sentido fatal.
No hay fórmulas mágicas, pero ¿qué preferís, que os cambien por alguien a quién consideráis mejor que vosotros o por alguien qué creéis que es peor?.

Las madres según Piedrahita

Hoy he tenido el placer de escuchar un monólogo de Luís Piedrahita. Qué tío tan divertido. Puede hacerte reírte a carcajadas en un lunes 1 de septiembre hasta que te duela la tripa y te lloren los ojos. No tenía ni idea de que iba a asistir a su show, ha sido una sorpresa y de lo más agradable.
Piedrahita ha hablado, en una parte del monólogo, de las madres, uno de mis temas favoritos, porque las madres son completamente diferentes a todo lo demás que conocemos. Son, según él, seres todopoderosos, pero, sobretodo son …MADRES. Y sus tres frases características, me han dejado muerta. Os las iba a contar, pero lo voy a destrozar. Y mira tú por dónde que he me he dicho…¿Y si lo pongo?. Yo soy una inútil cibernética, pero alguna tiene que ser la primera vez…si me sale a la primera, me daré un premio a mí misma...



Navarrete y yo creemos que lo de las madres es algo diferente e inexplicable que se desarrolla en el cerebro cuando vas a convertirte en madre, pero no podemos demostrar esta teoría. Una pena.

¿Funciona?.